Cuando tenía 20 años, la bicicleta solía ser una gran compañera de aventuras. Si bien prefería usarlas en calles no muy pobladas ni con alto flujo vehicular, lo cierto es que nuestra amistad era entrañable. Pero a poco andar, conocí la hermosa noticia de mi embarazo y decidí dejar de usarla. Primero, para evitar riesgos respecto de mi hijo - sí, soy aprensiva - y de ahí en más, por falta de tiempo o facilidades para llevarla conmigo.
Eso, hasta ahora…
Así es. Aburrida de que mis 30 y algo trajeran de regalo un rollito rebelde en la zona de la cintura, resolví retomar mis costumbres de antaño y volver a subirme a la bici. Los tiempos han cambiado: ahora hay ciclovías y una cultura ciclista un poco más amigable (al menos, más que hace 14 años). Además, hay programas muy beneficiosos, como Bike Santiago, con los que no necesitas sacar la tuya de casa ni buscar afanosamente dónde estacionarla. Con esos antecedentes, me aventuré y volví a las pistas.
Debo admitir que no fue tan fácil como pensé. Los años sin práctica me pasaron la cuenta y (aunque andar en bici jamás se olvida) me sentí inicialmente algo torpe. La verdad es que fui bien temerosa, pero a pesar de ello no perdí las ganas. Me uní a la ciclovía - atestada de gente a la hora en que todos salimos del trabajo - y comencé a pedalear.
Al comienzo sentí perder un poco de equilibrio y tuve miedo de caerme o no poder guiarla. Sin embargo, tras un par de calles transitadas, la experiencia volvió a ser ¡todo lo alucinante de antaño!. Descubrí que los peatones en las vías exclusivas sí estorban un poco (especialmente cuando tienes poca pericia) y, aunque mi ritmo fuera lento o prefiriera bajar del vehículo para cruzar la calle caminando junto a él, volví a amar la magia de andar en bici. ¡Es, simplemente, lo más!
Reconozco, eso sí, que este hábito podría mejorar y ganar muchos más adeptos si existieran más ciclovías. Éstas deberían conectar a todo Santiago, ojalá sin interrupciones. Sabemos que los automovilistas detestan la idea de que se quite espacio a sus pistas, pero con un poco de buena voluntad, la cosa podría funcionar. Y es que convengamos en que los ciclistas no cuentan con muchos sectores en que puedan circular tranquilamente. En especial si no eres de los que disfrutan “conejear” entre los vehículos (y ¡ni hablar de hacerlo entre las veredas o peatones! El sólo pensarlo se considera cero “mainstream”, aunque ¡es mucho más cómodo!).
Otra cosa que noté es que si bien la cultura ciclista es en general respetuosa, no falta el personaje alumbrado que quiere hacer gala de ser un “biker” de tomo y lomo, conduciendo su vehículo como si fuera un bólido. Y bueno, si vas a un ritmo más pausado (siempre conservando la pista lenta, como en los autos) le estorbas un poco. Además, este individuo - generalmente histérico - va “echando la foca” con gran prepotencia a todo lo que se cruce por su camino (léase niños o “runners”) como si fuera un miembro de la realeza o hubiese sacado un master en cleta. Es la versión “bici” del conductor alterado. ¡Mal! yo creo que las cosas sólo funcionan si todos nos respetamos.
En definitiva, fue muy agradable volver a las pistas y retomar mi amistad con la bicicleta. Si bien tuve algunos “gajes de principiante”, estoy segura de que mi pericia mejorará con el tiempo. Ya me subí a la bici y me quedaré sobre ella. ¡Y es bacán! Anímate a hacerlo tú también.