Si bien, no soy la única persona en el mundo que padece este problema, debo admitirlo: ¡soy adicta al Whatsapp!. Y es que en este mundo tan tecnológico, es difícil no estar en línea todo el tiempo, sobre todo si las cosas resultan más fáciles a través por Internet.
De partida,los teléfonos móviles ya son adictivos, ¡y lo fueron desde el primer momento! Si a esto le agregamos aplicaciones y la necesidad de información, será todavía peor ¡o mejor! Todo depende de cómo se mire.
Whatsapp es útil y fácil de instalar. Si eres usuario novato, puedes descargar gratis esta app desde la tienda virtual y con sólo una conexión podrás intercambiar mensajes, fotos y videos con otros contactos, ¡incluso realizar llamadas sin gastar tus preciados minutos del plan!
Al menos yo, estoy pendiente las 24 horas del día de Whatsapp. Y es que me permite estar en contacto con los amigos, el pololo, la familia, los colegas de trabajo, vecinos, ex compañeros de universidad, etcétera, etcétera. ¡Y qué mejor si son conversaciones grupales! Siento como si mantuviera una relación personal a través del teléfono, aunque en realidad sea todo lo contrario.
Claramente, uno de los principales síntomas de mi adicción a Whatsapp es que no puedo despegarme del celular, aunque lo intente. De hecho, yo prefiero dejarlo en el bolso cuando comparto actividades sociales, para no perder buenos momentos por mantenerme en línea. Sí, porque es todo un desafío no revisar el último mensaje que llegó a mi móvil o las nuevas actualizaciones que colocan mis contactos. ¡No siempre quiero hacerlo, pero no puedo evitarlo! Es algo constante.
Además, el celular conspira para que la adicción no se detenga. La luz de notificaciones brilla todo el tiempo y no se detiene hasta que las reviso. Lo mismo ocurre con el sonido: un mensaje tras otro. Y como es una herramienta colectiva, todos sabemos de qué se trata. Donde sea que lo escuchemos, sabremos que es un whatsapp.
También sufro el síndrome del doble check azul. Sí, desvío mi atención a revisar si mis contactos leyeron o recibieron el último mensaje que les envié. Cuando hay un solo un check, sé que es así, pero cuando hay dos y no responden, tengo un problema: imagino una y otra historia para justificar por qué demoran tanto en escribir. ¡A veces hasta me molesto porque no responden!
Tampoco puedo olvidar la típica sensación de las vibraciones fantasma. Cada vez que dejo el celular en el bolso, en la mesa o incluso en mi bolsillo, siento que está vibrando por un nuevo mensaje. No siempre me equivoco, pero otras veces es simplemente el no tenerlo entre mis manos.
De cualquier forma, estoy tratando de desconectarme un poco para disfrutar de mejor manera el tiempo. A veces lo apago, o simplemente, decido no contestar, aunque esta respuesta a mi adicción no perdure por mucho tiempo. Mi disponibilidad depende de mí y no del celular. Hay que entender que ciertos temas que no se pueden tratar a distancia, como reconciliarte con una amiga o terminar una relación, porque esto trae más problemas de los que puedes solucionar.
Y tú, ¿qué tan adicta eres a Whatsapp? ¿Puedes mantener las relaciones fuera del teléfono?