Todos los días, mi rutina comienza de la siguiente manera: acompaño a mi hijo hasta el paradero de micro, esperando que suba; me devuelvo a hacer compras y posteriormente, me dirijo al trabajo. Y en cada oportunidad, me toca pasar rabias por la misma causa: los desubicados que obstaculizan la detención del transporte. ¡Me tienen chata!
Contextualizo: el lugar donde mi hijo aborda el bus está frente a un colegio. Y los apoderados de éste tienden a confundir la vía exclusiva con los estacionamientos del recinto. Se detienen y dejan a sus hijos, lo cual en sí no tiene nada malo. El problema es que lo hacen ¡con toda la calma!, como si estuviesen en medio de un prado florido. Incluso, se dan el tiempo de verlos entrar y revisar si no se queda algo en la maleta del vehículo. Obviamente, esto genera un trastorno en el flujo vehicular y especialmente en el transporte público, ya que la micro no tiene dónde tomar pasajeros.
Y ahí están los estudiantes que no asisten al “iluminado” centro educacional, sino a otros, más lejos: corriendo para alcanzar el bus o conejeando entre los autos de estos desubicados para abordar. Está bien que quieran ver que sus niños efectivamente ingresen a la escuela, pero ¿tienen que hacerlo en las vías exclusivas? ¿Justo frente a la parada del bus? Si desean cerciorarse de que entren, ¿por qué no estacionan el puto auto en una calle aledaña al establecimiento y los llevan personalmente, los muy flojos?
Algo similar ocurre cuando voy a tomar mi propio transporte en otra parada, esta vez hacia el norte: una inmobiliaria - encargada de hacer un edificio bastante amorfo, gigante y con cero estética - considera que el lugar apropiado para estacionar sus enormes camiones es la vía exclusiva. Y ¡adivinen qué! También está a metros del paradero. La situación se repite, con la diferencia de que en este caso no estamos cerca de un semáforo, por lo que las micros simplemente pasan por doble fila. ¿No será mucho abuso?
En el caso de la constructora, claramente debe creerse dueña de la calle completa - si es que no de la ciudad - ya que si instaló esa enorme y fea mole (créanme, el castillo de Mordor es Disneylandia al lado) sin preocuparse del impacto demográfico ni la armonía del barrio, ¡pedirle que no obstaculice el transporte público sería mucho!. Mientras que los padres, dan muestras de una flojera y falta de criterio impresionantes. No me queda más que lidiar con esta pequeña “gran” cosa terrible y la falta de empatía de ciertas personas - o empresas - hacia los demás. Aún así, no pierdo la esperanza en que algún día cada quien deje de mirar su propio ombligo para aportar con un grano de arena a una mejor vida comunitaria (o que los Carabineros se instalen de punto fijo por allá).
Y a ustedes, ¿les ha pasado algo similar?