La prueba más difícil que nos pone la vida es quedarse en la tierra con el inmenso vacío de que algún ser querido nos deje. Al principio se vive un shock tremendo, luego viene una serie de trámites engorrosas que se deben hacer, dando paso finalmente a la despedida. Ese instante en el que uno no para de llorar y siente ese dolor en el corazón que pareciera no desaparecer jamás.
Es sorprendente cómo cada abrazo, pésame o palabra de aliento, en vez de ayudarte te vuelve más débil. Tras los ritos fúnebres pertinentes, viene la parte compleja: comprender que hay que seguir adelante. Es ahí cuando te das cuenta de lo fuerte que puede ser un ser humano.
Lo más razonable es que todo lo que sientas que debes llorar, lo llores. Ojalá en tu casa, con tu familia o amigos, porque tampoco podemos estar tiradas en la cama o dando lástima por la vida, sollozando como Magdalena en el trabajo.
Hablar de lo que sientes también es fundamental. Muchas veces acumulas sentimientos y explotas. En este caso, debes hacer todo lo contrario: hablar de las sensaciones que percibes y sobretodo sentirte escuchada. Muchas veces lo único que necesitamos es que alguien se de el tiempo de escucharnos con atención y empatizar con nosotros.
Visitar el cementerio. Al principio la sensación es muy extraña, ya que dejamos a esa persona que tanto queremos sola, fría, en un sepulcro. Es algo totalmente irracional cuando lo vives. Pero debes tener presente que esto es parte de la vida y dejarlo ahí no implica abandono, sino buscar un lugar de paz donde aquella persona que caló tan hondo en nuestros corazones descanse por la eternidad.
Tal vez aún no hayas vivido la pérdida de un ser amado, pero ese momento llegará. Por ello, siempre es mejor estar preparadas y saber que por más sola que te sientas entonces, todos alguna vez pasaremos esa tristeza. Pero siempre se aprende a convivir con ella y con la idea de que la persona amada sigue estando a nuestro lado, aunque ahora de otro modo. Teniendo esto en cuenta, con la ayuda de ese dulce recuerdo, volverás a sonreír, aún cuando hoy te parezca imposible.