Nos conocimos en una fiesta y me pareció tierno. Era risueño y tenía un aire de “niño bueno”. Al tiempo comenzamos a pololear y me sentía más feliz que nunca. Nos queríamos. Era una de esas relaciones donde te sientes como una reina, ¿te ha pasado? Sientes que flotas en un algodón de azúcar hasta que, de pronto y sin previo aviso, haces algo que lo arruina todo. Miras desconcertada a tu alrededor y te preguntas, ¿otra vez lo mismo?
Y otra vez lo mismo fue lo que pasó. Llevábamos cuatro meses de feliz pololeo cuando mi ex me escribió por Facebook, diciéndome que me extrañaba y preguntándome si podíamos vernos. Contigo quiero ser sincera: su mensaje me movió el piso. Nuestra relación fue corta pero intensa (un cliché, lo sé), y terminó con la misma rapidez con la que empezó. Él se fue sin explicaciones y yo quedé con la sensación de una historia inconclusa.
No sabes cuánto necesité tu consejo. A pesar de decirle que estaba con alguien, insistía en encontrarnos. Y como donde hubo fuego cenizas quedan, finalmente accedí. ¡Me sentí como en nuestra primera cita! Todo fue perfecto. Me pidió perdón y me rogó que volviéramos. Me confundí como nunca, ¿ves cómo es frágil la memoria?
Las semanas pasaron y ya no sentía lo mismo por mi pololo. Él me notaba distante y finalmente decidí terminar la relación. Sus lágrimas rompieron mi corazón, pero el capricho que sentía por mi ex era más fuerte. Volví con él y me sentí triunfadora: el hombre que hace un año me había roto el corazón ahora se arrepentía y me quería de vuelta. Pero el dulce sabor de la victoria pronto se hizo amargo cuando después de un par de meses mi ex me volvió a dejar. Sí, tal como lees, ¡me dejó otra vez! Sin explicaciones, sin mirar atrás. Nuevamente herida, lamenté profundamente mi decisión.
¿Será que me gusta tropezar dos veces con la misma piedra? Espero, de corazón, que a ti no.