Nunca me gustó tejer. Lo intenté una vez cuando era muy chica, pero después de dos meses y sólo 15 centímetros de bufanda, renuncié y nunca más quise tomar un par de palillos. Eso hasta hace un par de meses, cuando vi un gorro en Pinterest que me gustó mucho. Por más que lo busqué en tiendas y ferias artesanales, no encontré nada similar. Así que tomé la decisión de hacerlo yo misma, costara lo que costara.
Fui a la única tienda de lanas que conocía hasta ese momento, pedí un telar para gorros (no los conocía, pero los googleé antes para saber qué necesitaba) y elegí la lana que más se asemejaba a la prenda que causó mi delirio. Había tanta variedad que fui osada y compré 2 madejas, pensando que mi mamá podría tejer algo con la otra en caso de fracasar en mi tarea.
Tejer en telar es relativamente fácil, según las youtubers a las que recurrí. Pero en realidad me guié por las instrucciones que traía el telar, que estaban en inglés. Todo iba bien hasta la parte del doblez del gorro. Lo tejí mal una vez, desarmé todo, empecé de cero, lo volví a tejer mal, desarmé de nuevo y a la tercera entendí por fin el dibujo del instructivo. Entonces me quedó perfecto. Hasta un pompón le hice.
Ese día hice dos gorros, porque no tenía más lana. Era un sábado, lo recuerdo porque el domingo no abrió la tienda de lanas, así que fui el lunes y compré 4 colores más. Hice tres gorros ese día, porque no me dio el tiempo para más o hubiese seguido con el cuarto. A mitad de semana ya tenía suficientes gorros como para vestir a la familia Von Trapp, pero quería seguir tejiendo. Así que le hice uno a mi hermano, a mi papá, a mi pololo, a mi mamá, a mis amigas... ¡a cualquiera que tuviera cabeza!
Es bueno aprender nuevas habilidades, pero traten de no obsesionarse con ellas. Yo estoy tratando de bajar mi cuota de tejido, aunque entre más descienden las temperaturas, más necesarios se hacen mis gorritos.