Ya sé que piensan que es chancho, pero es verdad. Lo reconozco: me encanta comer un completo acompañado de una leche con plátano. Es algo asumido desde hace tiempo (quizás desde siempre), así es que lo disfruto sin remordimientos, pese a que parezca una combinación tirada de las mechas. Es un gustito sin culpa.
Es una mezcla demasiado rica: dulce-salado y sólido-líquido. Imagínate que reúne los sabores del tomate-palta-mayo y el banana-lácteo. Y esos cuando se juntan en mi boca... ¡uf! Es degustar un italiano sumergido en malteada, una sensación solo comparable a la de una galleta remojada. Exquisita. Además, aunque se lea increíble, jamás me ha caído mal. Son puras habladurías nomás (¡cómo es la gente!).
Y eso que lo consumo harto. Cada vez que puedo me escapo de la casa para disfrutar de una porción. Lo hago unas tres veces al mes, cuando encuentro la excusa perfecta para cambiar la comida casera por mi gustito. Que no hay tiempo para cocinar o para almorzar, son súper noticias para mí. Así que apenas me dan el visto bueno, parto a una fuente de soda, pido, y me pongo a comer. Ni siquiera miro la carta, porque sé a lo que voy.
Lo chistoso es que mientras estoy en lo mejor, la gente mira. Desde los clientes hasta el garzón; algunos extrañados, otros espantados y uno que otro risueño: todos lo hacen. Sí, parece una lata. Estoy acostumbrada en todo caso, entonces me lo me tomo con humor (ya contándolo me río). Es que es entendible que para la mayoría sea raro, considerando que lo normal es servirse un italiano con bebida, té o shop, ¿no?
En fin, sea anormal, sea chancho, es igual. Hay mañas que sólo tienen sentido para uno. Además, lo comido y lo bailado no lo quita nadie, bueno… en este caso, guatita llena, corazón contento, así que seguiré comiendo mi combinación. De hecho, ahora mismo iré por una. Y tú, ¿te animas a probarla?