Admito que detesto la palta. Pero no cualquier palta, sino aquella sintética y verdosa que se nos ofrece con insistencia en la comida rápida. Esta suerte de “fobia” la desarrollé durante mi embarazo, cuando tuve antojo por comer un italiano y fui por él a uno de estos locales. El color, textura y aspecto de este “sucedáneo”, sumado a las náuseas propias de mi condición hicieron de la experiencia un verdadero desastre.
Por lo mismo, si bien este fruto “al natural” lo tolero mejor y a veces lo disfruto, el molidillo de las cadenas de fast food realmente me resulta irritante. Sé que muchos lo disfrutan y no les importa que no sea “the real palta”. ¡Bien por ellos! Pero yo prefiero otras variedades: lechuga, tomate, salsas, cebolla, ¡lo que sea, menos eso! Por lo mismo, me pone de malas cuando al llegar a la caja, la primera alternativa que ofrecen es “el italiano”. Pero lo que realmente me empelota es si pese a descartarlo, se equivocan e ¡igual te lo terminan dando! Me ha pasado. Desata mi ira porque mezcla dos cosas que detesto: este ingrediente y el hecho de que me vendan lo que ellos quieren y no lo que estoy pidiendo.
Así es. Al menos en dos ocasiones en que he solicitado lechuga, cebolla crispy e incluso queso, ¡ahí van y me ponen esa pasta asquerosa!. ¡Eso sí que me empelota! Es como que ansiaran deshacerse de ella a toda costa. Por último, fuera palta de verdad, pero no. Es esa solución acuosa y artificialmente verde que ¡puaj! me carga. Esta situación realmente saca lo peor de mí; me transformo en una verdadera busca mochas. Pero ¡ojo! no me ocurre sólo con este popular fruto. Pueden cambiarme el pedido incluso por algo que sí me gusta (onda papas fritas en vez de aros de cebolla), pero igual ¡me descontrolo!. Me siento pasada a llevar y no lo soporto. ¿Por qué no me dan lo que les pido, por la %#!?
Sé que es algo excesivo sacar Carrie interna sólo por esto, pero ¿hay alguien más que comparta mi manía?