Admito que me encantan los relojes y los colecciono. Me gusta tener distintos modelos y con funcionalidades diversas. Amo comprender su mecanismo, intrusearlos y contemplar su armonía estética. Convengamos en que el mercado ofrece hoy diseños bellísimos, que complementan perfecto cualquier tenida y vienen bien en toda ocasión. ¡Son irresistibles!. Pero, junto con mi amor por estos artilugios, tengo también una pequeña “maña”: que mi colección de medidores de tiempo esté perfectamente sincronizada.
Por lo mismo, me preocupo de velar porque cada uno de ellos marque la hora exacta - ni un microsegundo más, ni menos -, tal cual figura en la página de Hora Mundial. Chequeo varias veces al día que esté todo en perfecto orden y vigilo atentamente que ninguno de mis relojes pierda segundos (a veces pasa, lo cual es ¡fatal! porque al final del día se atrasan). Además, los ordeno en fila sobre mi mesa de noche, después de revisar que todos funcionen con la increíble precisión que les exijo. Es más, pierdo con ellos varios minutos, revisando y ajustando a los que así lo requieran. No puedo conciliar el sueño hasta que estén todos en completa sincronía.
De más está decirles que rayo con ellos y tengo de muchos tipos: solares, a cuerda, de cuarzo, sumergibles, no sumergibles, caros, baratos, etcétera. A todos los cuido como a mis hijos; es más, he leído manuales para conocer bien su funcionamiento, participo en foros y por supuesto, los cuido para que mantengan su rigurosa exactitud. Pero no soy egoísta, ya que no sólo me ocupo de mi colección. También vigilo la correcta sincronía del reloj de la cocina, el de mi computador, el PC de la pega, el de mi hijo, de mi pololo y todo el que se me cruce.
¿Estaré muy loca o a alguien más le pasa?