Reconozco que no soy gran amante de la lluvia. Básicamente, porque inunda las calles, posterga panoramas, colapsa los medios de transporte y nos deja ¡empapados!. O bien, nos obliga a andar cargando ese incómodo armatoste llamado paraguas. No obstante, valoro que limpie el aire y hay circunstancias específicas en que sí me agrada. Y aún más: ¡me encanta!
Una de ellas se da durante mis viajes al sur. He pasado vacaciones en dichos parajes de ensueño y la lluvia es un agregado a la magia de aquellos momentos. Hace la experiencia de recorrer ese Paraíso aún más sublime, etérea y ¡fantástica!. La otra ocasión en que la amo es mientras duermo y la oigo caer. Ese deleite es, simplemente, ¡lo más! Y es que pocas cosas pueden relajarnos o llenar nuestras almas de la manera en que la naturaleza lo hace.
Escuchar el sonido de la lluvia entre sueños - o cuando estamos intentando ir a los brazos de Morfeo - , nos otorga la tranquilidad necesaria para disfrutar la música de la vida. Para detenernos en los bellos detalles del mundo que habitamos y conectarnos con él. Nos da esa deliciosa paz que regala, finalmente, un dulce descanso. En estas circunstancias, estando en mi cama y en silencio, ¡sí que adoro la lluvia! (siempre y cuando no hayan goteras, claro)
Y ustedes, ¿también disfrutan de este placer inigualable?