Cuando recién conocí a mi pareja nuestro único medio de comunicación virtual era WhatsApp. Hablábamos todos los días y respondíamos cuando teníamos tiempo. Podían pasar tres horas antes de que alguno contestara, pero a mí no me generaba mayor problema. De hecho, lo prefería. Sentía que estábamos “conectados” pero que no era necesario estar completamente pendiente, y podía seguir con mi día normalmente.
Pasaron algunos meses, y mi chico me agregó a Facebook. Lo dudé un momento: me conozco, y mis celos e inseguridad siempre me han jugado en contra cuando tengo “tanto acceso” a la privacidad de alguien. Ya les he contado varias experiencias que he tenido con esta red social y es, definitivamente, algo que me juega en contra.
Pero decidí enfrentar los fantasmas y aceptarlo. ¡Craso error! ¿Saben lo primero que vi cuando decidí sapear (tan sólo un poco) su perfil? Miles y miles de fotos con su ex. ¡Por queeé! (léase gritándole al cielo). Me sentí terrible. Él ya la había mencionado un par de veces y lo peor es que nunca habían dejado de ser amigos. Ver esas fotos tan románticas me dejó en arenas movedizas.
Intenté dejar de pensar en el asunto… ¡pero todo se fue complicando más! Mi pololo conoce mucha gente y tiene muchos amigos en Facebook… bueno, amigas. Y estas amigas (que odiaba en lo más profundo de mi ser) siempre comentaban sus fotos con algún “lindo”, “rico”, “juntémonos”, etc. ¿Quién puede vivir tranquila así?
Lo peor de todo es que yo soy demasiado piola, y todos mis amigos son gays. Digo, como para compensar en algo la situación. En fin, el tiempo siguió pasando y el asunto no mejoró. De hecho, me di cuenta de que tener a mi pololo en Facebook sólo estaba deteriorando nuestra relación. Cuando por fin lo asumí, conversé con él y decidí eliminarlo.
¡Qué sensación más rica! Les juro que es como sacarse un gran peso de encima. Ya no me daba miedo entrar a su perfil y encontrar algo terrible, no me hervía la sangre al leer comentarios coquetos y no me sentía triste porque se conectaba al chat y no me hablaba. Pues, tal como dice el dicho popular: ojos que no ven, corazón que no siente. ¡Cuánta razón!
Volvimos a hablar todos los días por WhatsApp y la relación está mejor que nunca. La verdad es que aún no estoy lista (y no sé si llegue a estarlo) para tener tanto acceso a la “intimidad” del hombre con el que estoy. Me paso mil rollos por nada. Siento que la conversación simple y las fotos de lo que estamos comiendo me bastan. Me siento más liviana y más libre, sin tanto pensamiento tóxico en mi cabeza. Y es que tener al pololo en Facebook puede ser todo un tema.
Y tú, ¿aceptas o eliminas a tu pareja de esta red social?