El otro día fui a cortarme el pelo. ¡Uf, la sufrí! Sudé la gota gorda mientras el estilista acababa con esas puntas florecidas que me tenían cada día más rucia. Necesitaba sacarlas, pero no quería, les juro. Es que en todo momento imaginé la cosa más terrible que hacen siempre que piso una peluquería: cortar demasiado. ¡Trauma!
El cabello es preciado para nosotras, porque enmarca nuestra cara. Para qué decir lo que significa tenerlo largo (con lo que cuesta mantenerlo). Y que venga un “experto en estética capilar” a eliminar centímetros y centímetros, cuando le pediste “sólo las puntas”; es un atentado. ¿Qué se ha creído? ¿Que está en el Gran Juego de la Oca? Que se vaya a experimentar con su abuela.
Siempre que lo hacen termino con depresión. Supongo que no es para menos, si uno se armó expectativas de que quedaría genial con el pelo más sano. Hasta pensé con qué tenida combinaría el new look y para dónde iría. Pero cuando miro lo mal que me cortan, todo se viene abajo. Luzco horrible.
¿Cómo arreglo esto? Obligada a gastar dinero para arreglar la embarrada que se mandó el sujeto, porque ni ahí con probar con el cabello más corto. Es súper injusto tener que desembolsar más por la mala mano de otro. Justamente se pagó para que a una la dejaran bien, ¿cierto? Ni que hubiera ido a la peluquería La Venganza.
Ya, si es verdad que no todo es tan malo: el pelo crece naturalmente y, de hecho, existen trucos para acelerar ese proceso; pero igual significa tiempo. No vuelve a la normalidad de un día para otro, sino que demora. Mientras eso ocurre, ¿qué hago?, ¿verme mal? Jamás.
Así que lo repito: que te corten mucho el cabello es terrible. Arruina tu adorada carta de presentación, deprime, y más encima implica gastar de más. Horrible. A ustedes, ¿les ha pasado?