Me declaro una chica prepago. Por más que pasan los años y por más insistentes que se hayan puesto las compañías telefónicas (¡qué manera de llamarme!), contratar un plan es algo innecesario para mí. A veces pasa todo un mes sin que realice una sola llamada o mande un solo mensaje. ¿Entonces para qué comprometerme con $10.000 o más pesos mensuales?
El problema es que no todos los meses son iguales, y hay algunos en que mi vida social hace su aparición. Y, debido a mi tacañería/plan de ahorro, ¡me quedo sin saldo a la mitad de la llamada! Y lo peor es que siempre pasa cuando estás conversando algún tema importante: “hace tiempo he querido decirte esto pero nunca me atreví… el tesoro está enterrado en… tu-tu-tu”. Y para qué decir que la otra persona tampoco tiene un peso en el celular. ¡Nada que hacer!
También es terrible cuando vas atrasada a alguna reunión importante y, a la hora de llamar a tu jefe, oyes el terrible mensaje: “usted no dispone de saldo suficiente”. ¡Por qué, vida cruel! Entonces recuerdas que el otro día se te terminó (después de mensajearte con el chico lindo de la oficina) y, por supuesto, olvidaste recargarlo. Aunque debo admitir que más terrible y frustrante es tener saldo suficiente en el celular pero que ¡te lo hayan congelado!
Otra situación muy típica es no tener dinero en el móvil cuando vas de camino a juntarte con algún amigo y se te olvidó en cuál de las dos boleterías del metro quedaron de encontrarse. El único remedio en esas circunstancias es encomendarte a todos los santos y mandarle señales telepáticas a tu amigo para que él te llame primero (funciona... a veces).
Y tú, ¿te has quedado sin saldo en el celular cuando más lo necesitas?