La virginidad nunca fue tema para mí. Aunque tenía la idea del príncipe azul muy instalada en mi cabeza, no me estaba guardando para él. Si pasaba, pasaba. El único problema es que tenía un ojo pésimo cuando estaba en el colegio, ¡y siempre me enamoraba de los gays! Por lo que, ya habrás adivinado, comencé la universidad con mi flor intacta.
Enamoradiza como soy, no pasó mucho tiempo antes de que fijara mis ojos en un guapo chico de 3º año. Lo abordé en una de las tantas “tardes de cerveza”, conversamos largo rato y nos llevamos de maravilla. Comenzamos a salir de inmediato, pero debido a mi nula experiencia sexual, no entendí muy bien las señales que me envió y desaproveché varias oportunidades. Al poco tiempo su ex (compañera de curso) se enteró de lo nuestro y, al parecer, la noticia no le cayó muy bien. Se encargó de reconquistarlo, por lo que mi corazón terminó roto y despechado.
¡Y no hay nada peor que una mujer despechada! Me armé de un buen grupo de amigos y nos quedábamos a carretear todos los viernes. Lo único que quería era olvidar el mal rato que había pasado. Además, ¡ya estaba aburrida de ser virgen! En los meses que estuve con el lindo chico no saltó la liebre, y las fiestas de universidad eran algo así como una constante orgía. ¿Quién podía resistirse?
Un día tomé la decisión: perdería mi virginidad. Buscaría un chico guapo, lo haríamos y listo. Estaba cansada del misterio. Me mentalicé y, cuando llegó el día viernes, esperé a que apareciera mi galán (tú sabes, es cosa de sentarse a tomar unos tragos para que los hombres comiencen a rondar). Y entonces, al poco rato, apareció: alto, rubio y de ojos claros. No, ¡no estoy bromeando! Parece chiste, pero así era. Me invitó a bailar y después fuimos “a lo oscurito”.
Pero no, no pasó ahí. Me daba vergüenza que alguien más nos pudiera ver. Nos besamos un rato y quedamos de salir otro día. Y sí, ¡ahí sucedió! Me invitó a su casa y, por fin, viví en carne y hueso aquella experiencia que le quita el sueño a tantas personas. Aunque no fue ninguna maravilla, si te soy sincera. El chico se vanagloriaba de su gran número de conquistas pero, al parecer, no había aprendido mucho acerca de cómo complacer a una mujer. Por suerte fue paciente y gentil, así que gracias por eso.
Y de ese modo, el sexo dejó de ser un misterio para mí. Y aunque perdí mi virginidad por curiosidad y no por amor, no me arrepiento. La virginidad era mía y sólo mía, y la perdí por y para mí. Sólo necesitaba un voluntario que me ayudara con el trabajo. No es como si me fuera a casar con el primero chico que me acostara... ¡Claro que no!
Y tú, ¿perdiste tu virginidad por amor o curiosidad?