Todo el mundo se queja de los típicos malestares que vienen de la mano con el embarazo: náuseas, dolor de cola, patitas hinchadas, acné, caída de cabello, que la guata, las estrías y bla, bla, bla. Si todo eso ya les parece lo suficientemente terrible, pues déjenme decirles que no es nada al lado del peor de los superpoderes que alguien podría tener: el súper olfato del embarazo.
En mi caso, no me di cuenta de mi estado de gravidez por los atrasos, sino ante algo mucho peor: el olor a queso, y sobre todo de mi amado queso derretido, me producía aversión, repugnancia; puro y absoluto asco. Pronto esa desagradable sensación se extendió al jamón, la carne, el pollo y todo producto animal, al punto en que tuve que volverme involuntariamente vegetariana por unos meses, sintiéndome como toda una Pamela Anderson animalista, lejos de mis días de gloria.
Lo de la comida es controlable y una se las arregla, pero lo más terrible aún estaba por comenzar: el mundo exterior tiene peores aromas que ofrecerte, ¡mucho peores!. Un día cualquiera, te subes al ascensor del edificio y ¡paff!, tu nuevo super-olfato detecta cantidades de información que preferirías no saber: que alguien no se bañó y solo se embetunó en perfume, que otro fumó cannabis de regular calidad al desayuno, o que la vecina tuvo una mañana de acción en el ring de cuatro perillas y quedó con olor a "serso intenso", así que terminas sintiéndote como un perrito de la PDI, descubriendo los secretos e intimidades de todo el mundo.
En el transporte público, la cosa se pone aún peor: imagínate a aquel taxista veraniego, que además de conversarte todo el camino, te entrega su olor a aleta multiplicado por cinco, o ir sentada en el metro y sentir el olor a "rodilla" de aquel escolar en la edad del pavo que va parado en frente tuyo... ¡The Horror!. Con la gente que ves regularmente, la cosa es similar, pero además de reconocerlos por sus perfumes, desodorantes y actividades que realizan, comienzas a notar que cada persona tiene un olor característico por sí mismo, que a veces puede ser un poco extraño. A mí me tocó sentir gente con aroma a pan de pascua, a aceituna, y a mantequilla, por nombrar algunos de los que recuerdo. Eso no está tan mal, pero si tu pareja huele naturalmente a berlín, como fue mi caso, igual es un poco matapasiones.
Menos mal todo este suplicio fue temporal y mi nariz volvió a ser un órgano de bajo perfil después de unos meses, porque si tuviera que vivir así para siempre, juro que andaría con una mascarilla 24/7. Así que ya saben, si alguna vez se encuentran con un científico loco que les ofrece superpoderes, pídanle volar, comer sin engordar, teletransportarse o leer la mente; ni se les ocurra pedirle un super-olfato, pues es definitivamente el peor superpoder del mundo.