Frente al espejo del baño, echo un rápido vistazo a mi cara y me acomodo el peinado. Es entonces cuando ¡los veo!, aterradores y burlones. Son esos odiosos hilos de plata que arruinan mi tinte y suman bastantes más años a mis joviales 34. Sí, se trata de las canas.
Recuerdo que cuando era muy joven - es decir, tenía menos de 20 - solía decir que anhelaba envejecer con todas mis canas. Las luciría orgullosamente, pues ellas darían cuenta de mis experiencias, alegrías y pesares. Es un muy lindo discurso cuando los años te sonríen, sin embargo, otra cosa es con guitarra. Cuando afloran en tu cabello, créanme que es realmente antipático.
Sí, porque en verdad, te dan una apariencia algo mayor que en nada se condice con tu imagen mental. Además - querámoslo o no - dan una cierta impresión de descuido. Por eso, inviertes una cantidad que no te sobra en comprar tintes que te duran un mes (o con suerte 2), tiempo tras el cual vuelven a serpentear entre tus cabellos, arruinando tu look.
Es ahí donde comienzas a hacer experimentos: aclaras un poco el tono de tu pelo, procurando que así dure más y entre tanto cabello claro, las canas no se noten. En mi caso al menos, el dorado me sienta bastante mal, porque soy muy blancucha, así que ¡solución descartada! (y no crean que no la intenté, con resultados lamentables). Sino, emprendes la épica misión de hallar un tono exactamente igual al tuyo, lo que decanta en que estrenes un look distinto todos los meses (castaño rojizo, claro, oscuro, con tonalizantes, etcétera). ¡Y siempre las canas vuelven a colarse!
En fin, creo que no resta más que aprender a vivir con esta marca de la edad y ¡sacarle partido! ¿Cómo? Pues buscando el lado positivo al asunto, rompiendo la rutina con un tono nuevo cada bimestre o unos buenos visos.
Y ustedes, ¿también consideran que las canas son terribles?