Tras terminar una relación sentimental, lo usual es no querer saber del ex. ¿Por qué? Porque duele, ¡y mucho!. Estamos heridas, enojadas y es por ello que cerramos nuestro Facebook y las cuentas de correo, además de cambiar el celular. La lógica es la de Franco de Vita en “Si la ves”. Queremos desaparecer de “su” mapa, pero si alguien nos trae sus noticias, ¡ojalá enviarle el recado de que estamos mejor que nunca! (sí, claro).
El punto es que esta suerte de “orgullo herido” dura sólo hasta la primera resaca, momento en el cual nos sentimos ¡fatal! y caemos en la tentación de stalkearlo. Así, las redes sociales se hacen nuestras fieles aliadas y la mejor escuela para desarrollar nuestra frustrada vocación PDI. Claro que así también es como nos torturan y sacan lo peor de nosotras. Revisarlas es prueba fehaciente de que las máquinas también pueden ser vampiros energéticos, porque es impresionante cómo consumen nuestras fuerzas cada día.
Es por eso que muchos expertos recomiendan calurosamente no eliminar drásticamente a los ex de nuestra vida, sino “dejarlos estar” ahí hasta que ya no duela. Señalan que borrarlos es contraproducente, pues alimentará los deseos obsesivos de saber de ellos por todos los medios de que dispongamos. Además - advierten - la ruptura sería menos dolorosa y el duelo se llevaría de mejor forma sin cortar el vínculo de cuajo.
Tal vez sea cierto, pero al menos yo creo que tener al ex “al alcance de un click” y de un saludo diario, no merma los deseos de querer saber si nos ha reemplazado, ni menos atenúa el dolor de un quiebre. Por lo mismo, creo que abrazo la usanza “tradicional” de sacarlo de raíz de nuestras vidas. Tal como una muela infectada. Como reza el dicho, “al mal paso darle apuro” y es mejor una ruptura rápida que por capítulos.
Y ustedes, ¿qué opinan?