Hay algo que ha sido mi karma toda la vida: las uñas. Cuando era más chica y tenía todo el tiempo del mundo, dedicaba horas a limarlas, pintarlas, hacerles diseños y dejarlas como obras dignas de Picasso. Otras veces me hacía la clásica manicure francesa, que se veía perfecta hasta que de pronto se me rompía una y arruinaba todo. Creo que es uno de los problemas de belleza más frustrantes que hay, porque ¿qué haces? ¿Tiras a la basura todo el tiempo que le dedicaste a tu manicure y te las cortas todas?, ¿tratas de salvar como sea esa uña y que quede más corta? No sé qué piensan ustedes, pero yo encuentro que se ve horrible, así que hay que sacrificarlas todas.
Pero más allá de lo estético, lo más terrible es cuando no estás en tu casa y se te rompe una uña. Yo jamás tengo una lima a mano, ¡menos un corta-uñas! y típico que se me rompe a las diez de la mañana cuando sé que llegaré en la noche. Ese pedazo menos se me anda enganchando en todo, entonces estoy compulsivamente todo el día pasándome una y otra vez los dedos por ahí, como si mágicamente se fuera a alisar. De nada sirve preguntarle a todo el mundo si alguien anda con una lima, porque nunca nadie anda con una. ¿Cómo es que veo tanto en las tiendas esos sets de manicure de viajes?, ¿acaso nadie los usa?. ¡¿Nadie los compra?! En ese momento, recuerdo el truco que leí una vez para estos casos: “si se te rompe una uña y no tienes lima, pásate la lija de una caja de fósforos”. Claro, ¡estupenda idea! Nadie anda con una lima, ¿quién va a andar con una caja de fósforos en los bolsillos?. Al menos a mí me miran más raro cuando pregunto por la caja de fósforos que cuando pregunto por la lima o el corta-uñas.
Después de tantas veces que me ha pasado la misma situación, tomé una decisión y no uso más las uñas largas. Las mantengo siempre bien cortas y era lo mejor…hasta el martes pasado. No me pregunten cómo, pero con uñas cortas y todo, se me rompió la del dedo pulgar hasta arriba, hasta la parte rosada que no se puede cortar. Si cuando les dije que mi karma son las uñas era en serio. Suspiré con resignación, busqué la siempre práctica “gotita” y ¡voilá!
Así que desde hoy, de mi cartera no vuelven a salir una lima, un corta-uñas y la gotita. Qué bueno que aproveché de tenerlas bonitas mientras pude.