No es que ande pendiente del Manual de Carreño o sea muy fijona, pero pucha que molesta la gente con malos modales. Es decir, esas personas que hacen cosas que la mayoría reprueba, como escupir, gritar o comer con las manos. Uf, entonces ya se imaginarán lo desagradable que es tratar con un tipo así, o peor: tener una cita (que es lo que me pasó).
Yo fui a la junta con la mejor disposición, ah. Era un hombre simpático y guapo, de esos que dan ganas de conocer un poco más; por último para pasar un buen rato. Me tincaba. Por eso me dio lo mismo el lugar en el que estaríamos. De hecho, le dije que eligiera, porque confiaba en que seleccionaría un sitio cómodo.
Pero erré medio a medio. Lo supe desde que comencé a notar cómo era: un maleducado. Ni siquiera preguntó por mis gustos de local, cuando ya se había instalado en uno de su agrado. Tampoco le importó ver que mi primer trago se acababa, pues sólo atinó a pedir otro para él. Más encima, se tomó una bebida, y al rato ya estaba eructando en mi cara sin siquiera inmutarse. Y para rematar, se puso a bostezar mientras le conversaba. Jaja, ¡Dios!
Estamos claros que fue matapasiones, porque en minutos pasé del interés a querer salir corriendo. Sí, tanto o más que si se sacara cerilla de las orejas o se hiciera sonar las muelas después de comer. De veras que por el nivel de sus errores, parecía como si lo hiciera de adrede. No sé en qué estaba pensando cuando se me ocurrió salir con él.
Es que este tipo no tenía ni sentido de ubicación. Era un desubicado total. ¡Cómo tan animal de hacer esas cosas con una ahí! Imagínense que si fue así en una cita, ¿cómo será en la casa? Ah no, ¡qué sujeto más cerdo! Lo imagino y… ¡guácala!, sáquenme de aquí urgente.
Y tú, ¿has salido con un hombre con malos modales?