Tan impredecibles son, que se pueden dar a toda hora: la seguidilla de temblores que ha remecido nuestro país ya no es algo sorpresivo. Lo que sí lo es, es el lugar donde nos puede encontrar uno de ellos.
Santuario de la intimidad y paz mental, el baño es sin duda el lugar más privado que puede tener nuestra casa, oficina, o lugar público. Todo cuanto somos queda resguardado en esas cuatro paredes que nos ocultan de los demás. Ahí nuestros pensamientos vuelan: podemos grabar mensajes de voz, sacarnos fotos, arreglarnos la ropa, echarnos una manito de gato y otras actividades necesarias o lúdicas, pero hay algo mucho peor a que te golpeen la puerta con deseos de entrar: que te pille un temblor en este lugar.
Primero un movimiento suave y luego, más fuerte. Esto no para: las cosas se caen, el espejo vibra, todo está repartido por el suelo, tomas el papel con apremio pero: ¡cuidado! ¡no! Es tu nerviosismo o el movimiento que no se detiene y el papel sale eyectado por la ventana, todo se mueve, escuchas gente gritar, buscas algo rápido en tu cartera, lo encuentras, realizas la acción necesaria y te dispones a salir; todo el mundo huye, se empujan, los autos tocan bocinas, la gente corre mientras manda mensajes. De un momento a otro decides que debes calmarte, que en todos lados tiembla, que esto pasará (como todo) y que era mucho más seguro quedarse en el baño.
Sólo comparable con la película: Parque Jurásico I, cuando un hombre es devorado por un dinosaurio mientras hacia sus necesidades, vivir un temblor en el baño es una pequeña cosa terrible que realmente no querrías vivir. ¿Alguna vez te pasó algo así?