De por sí tener una cita es un tema. Desconoces qué pasará, tienes dolor de guata y te preguntas mil cosas. ¿Llegará? ¿Habrá onda? ¿Tendré que escapar? Que esto, que lo otro, etcétera. Como supondrás, la incertidumbre sobre si saldrá bien o mal, carcome. Pero llega el gran día, y hay que aventurarse nomás; total, quien no se arriesga, no cruza el río.
Bueno, por lo menos así lo pensé yo cuando se dio la oportunidad de salir con el niño que me gustaba. Por eso opté por despreocuparme de todo y hacer como si nada. Pésimo presagio, porque cada vez que me relajo las cosas salen al revés (si seré). Ya. De suerte que no hubo ni rutina de belleza, ni tenida de carrete. De hecho, ni me apuré.
Primera consecuencia: llegué como 1 hora tarde. ¡Mal comienzo! Pero no todo estaba perdido, porque el galán en cuestión esperó pacientemente. Apenas lo saludé, entramos a un pub, pedimos unos tragos y nos pusimos a charlar. Lucía guapo; la música, precisa; y el ambiente, relajado e íntimo. O sea, estábamos en lo mejor, hasta que me dio un sueño… sí, de ese con bostezos que tragan.
Segunda consecuencia: desperté en un banco de la calle, abrazada por él. —— "¿Dónde estoy? ¿Qué pasó?", le dije extrañada. — "¿No te acuerdas? Nos dimos un beso". — ¿Quéee? Plop. ¿Cómo es que pudo pasar eso, si casi ni había tomado? ¿Era tanto el sueño? No hallaba dónde meterme, se los juro.
Con semejante bochorno, pensé que él se iría; pero no. Se quedó. Estuvimos juntos un rato, e incluso me acompañó a tomar lomoción. Sin embargo, algo tenía que ocurrir (para variar). Pasaron los minutos y nada, pasó una hora y nada. Tercera consecuencia: ¡La micro se demoró 2 horas! Y yo que moría de hipotermia. Pensé que era una broma. Menos mal que llegué a mi casa, sino olvídense.
En resumen, fue la peor cita de mi vida. Yo no sé si ocurrió por ser muy relajada, demasiado quemada, o todas las anteriores. Tú, ¿qué crees?