Es común que las mujeres siempre reparemos mucho más en los que suponemos defectos que en nuestras cosas positivas. Nunca estamos cien por ciento conformes y creemos que estaríamos mejor si bajáramos un par de kilos, si tuviéramos más personalidad, si fuéramos más interesantes y un largo etcétera.
Es raro escuchar a alguien decir que le encanta como es, que no se cambiaría nada o que cree no tener defectos. Al menos yo jamás lo he oído de boca de alguna mujer.
Día a día tenemos el desafío de dejar de auto-evaluarnos y darnos cuenta que así tal y como estamos, estamos bien. Pero, ¿qué hacer cuando realmente hay algo tuyo que te molesta? Puedes intentar cambiarlo - si es algo que tiene solución y realmente te complica -, o bien puedes “unirte al enemigo” (en este caso a tu “defecto”) y darlo vuelta a tu favor.
Hace unos meses me encontraba con varias amigas conversando precisamente de esto. Una de ellas dijo algo que me pareció muy sensato y digno de imitar. Ella decía que durante años luchó con su personalidad introvertida, con el hecho de ser invisible o sentirse así frente a los demás. Todo, porque su voz es suave y su apariencia es muy infantil, a pesar de que es una mujer hecha y derecha, con opiniones fuertes y claras. Sentía que nadie la tomaba en serio, que la gente la veía como un ser frágil y delicado al que había que proteger. Durante mucho tiempo odió esa faceta de ella, pues su aspecto físico contradecía completamente lo que era como persona.
El tema es que llegó un día en el que se dijo a sí misma que no podía seguir toda la vida sintiéndose así, porque así era nomás y punto. Debía aceptarse y más aún, aprovechar estas características que tenía que la hacían única. Entonces, ya no vio como una debilidad el hecho de ser pequeña, menuda y con cara de niña. Comenzó a aprovechar y a mirar de manera positiva la forma en que toda la gente sentía una necesidad de protegerla por verla “indefensa”. Se dio cuenta que hablar bajito y suave sería la forma en la que de alguna manera filtraría a las personas, porque si alguien realmente la quería conocer, entonces le pondría atención a lo que ella dijera. Finalmente eso era mejor que las personas que hablan a los gritos y todos los oyen, pero nadie las escucha. Su timidez fue pasando con el tiempo, porque transformó todos sus defectos en virtudes y ahora que lo pienso, todas esas cosas son las que la identifican y la hacen diferente a todo nuestro grupo de amigas y a otras mujeres. De esa manera empezó a llamar la atención de las personas, de los hombres. Todo el mundo notó que detrás de esa apariencia tímida e introvertida en realidad había una mujer con un tremendo carácter.
Yo he hecho lo propio con lo que pensaba eran mis puntos en contra, como hablar fuerte y con propiedad, ya que a veces parece que estoy discutiendo o que estoy enojada. Siempre fui una persona en extremo tímida, pero como no tengo la típica voz de pajarito y no me corto al hablar, no se notaba y ahora siento que es lo que me ayudaba a disimularlo.
Hay cosas que por más que una quiera jamás va a poder cambiar, como la estatura, la forma de los ojos, etc. ¿Por qué entonces no tomar aquello que pensamos que nos pone en desventaja o nos hace sentir inseguras y le damos un carácter positivo que lo haga nuestro elemento diferenciador? Es mucho más fácil y satisfactorio que torturarse intentando cambiar las cosas que precisamente nos hacen únicas y diferentes a todas las demás. ¿No creen?