Pedir pololeo es una tarea que normalmente se asigna al género masculino. Esa situación en donde él te mira directo a los ojos, toma tu mano con suavidad y con cara de perrito nuevo y piernas temblorosas te dice: "¿quieres ser mi polola?". Pero ese ya no es más que un maldito cliché para muchas de nosotras.
Pololear no es uno de mis planes habituales; sin embargo, cuando quise hacerlo no estaba ni ahí con esperar días, semanas o meses a que el pobre indeciso -que siempre se toma todo el tiempo que quiere- viniera y me pidiese pololeo. Si quería emparejarme con alguien, prefería tomar las riendas del asunto y decirle a ese distraído hombre que estuviera conmigo. Ahora, tampoco quería sostenerlo de las manos mirándolo con ojos de huevo frito, así que opté por otra opción.
Siempre he pensado en la importancia del contexto ante una situación. Así que, si iba a pedirle pololeo, no quería que fuese en medio de la calle o subiendo al bus. Sin embargo, la cursilería de preparar algo tampoco estaba en mis planes. Es por eso que fue cuando estábamos solos, tomando algunas cervezas, escuchando música y hablando cosas banales, el momento que seleccioné para "pedir su mano".
Para evitar los clichés, intenté tragarme los nervios (tampoco soy de piedra) y le dije con actitud segura: "me gustaría que pololeáramos". Más que una petición, sonaba a una orden de la que él no podría escapar. Sonrió y con toda naturalidad dijo: "a mí también". No soy una mujer que muere por vivir enamorada, flotando con su hombre de la mano toda la vida, pero debo admitir que ese momento fue más especial de lo que creía.
Para mí gusto, cuando pides pololeo, eres tú la que decide cómo quieres que sean las cosas. Escoges el día, la forma y al hombre, te empoderas del momento y expresas tu interés de manera clara, sin rodeos. Si bien finalmente será él quien te dirá "sí" o "no", te apuesto que ninguno se atreverá a negarse a la petición de una mujer que lo desafía y conquista de ese modo.
¿Y tú? ¿Le pedirías pololeo?