Iba caminando por la calle, cuando de pronto recordé la forma en que me vestía cuando era una adolescente, en aquellos años que recién descubría cómo explorar mi femineidad. Cuando la ropa dejó de ser “cualquier cosa” para mí y los accesorios adquirieron relevancia en mi outfit. Una se sentía diva total con sólo ponerse algo que la hiciera sentir bonita. Y bueno, esa actitud irradia mucho sex appeal.
Con el paso del tiempo y de los años, nos volvemos más inseguras. Sentimos que sin nuestras cremas, las sesiones diarias de maquillaje, un peinado distinto, un outfit sexy, zapatos y carteras, prácticamente somos nada. Sin embargo, la belleza y el verse realmente bien es cosa de actitud. Justamente esa actitud que tuvimos al despertar a ser mujeres y ser conscientes de que si queríamos, podíamos lucir bellas y sensuales. ¡Por algo es tan linda la juventud!
Claro, ese tipo de cosas se nos olvidan cuando alguien nos dice “señora” en la calle, al descubrir con horror una arruga en la piel o una cana en el cabello. Sin embargo, quizás el secreto para vernos bien sea sentirnos del mismo modo. Recordé la fascinación que me provocaba utilizar aquellas faldas arrugadas con un top, o lo bien que me sentía con mis jeans color verde oliva, una polera negra y lisa, largos aros de madera y un labial muy marrón.
Te invito a realizar un ejercicio: conéctate con esa quinceañera que un día fuiste y que recién era consciente de sí. Viste un día de manera similar (siempre y cuando no sea tan extravagante que te incomode) y sal así a cumplir con tu rutina. Te sentirás renovada, tan linda como cuando eras niña y recién caías en cuenta de qué rasgos debías resaltar. Haz la prueba y advertirás que no importa tanto lo que usemos, sino la forma en que lo llevemos y la manera en que con ello nos sintamos. ¡Te sorprenderás!
Y bien, ¿te animas a hacer el intento?