El peor día de mi vida fue hace años atrás, para mi cumpleaños número 15. Recuerdo que tenía grandes expectativas para ese día y había planeado todo meticulosamente. Pero como siempre suele suceder, la vida (y el destino) tenían otros planes para mí.
Ahora, tan pero tan terrible, no fue. El problema es que a los 15 años nuestra inocencia provoca que las vicisitudes de la vida nos marquen con mayor fuerza. Y eso fue exactamente lo que sucedió. Pero no nos desviemos más, ¡déjame contarte qué fue lo que pasó!
Todo comenzó la noche anterior. Como sabía que faltaban pocas horas para mi cumpleaños, decidí comenzar la celebración anticipadamente: me cociné un plato gigante de papas fritas. Como si eso no fuera poco, una amiga me había comentado que si mezclabas mayonesa con mostaza y un toque de merquén, obtenías un aderezo con sabor a dioses. No te voy a mentir: ¡siempre he sido muy golosa!
A eso de la 1 de la mañana ya había devorado por completo mi preparación y recibido los afectuosos saludos de mi familia. Al poco rato me fui a dormir: me esperaba un gran día. O eso creía yo… pues, pocas horas más tarde, me desperté con un dolor que nunca antes había sentido. Era como si estuviera muriendo, literalmente. Mi panza parecía la de una embarazada de 5 meses, y no tenía idea de lo que me estaba sucediendo. Ahora, por supuesto, lo sé: ¡las papas fritas nocturnas me habían caído fatal, y me había hinchado cual globo terráqueo!
El dolor era terrible y no pude seguir durmiendo. Cuando ya eran las 10 de la mañana comencé a sentirme un poco mejor, y decidí comenzar a arreglarme para mi gran día. Decidí, también, que era el momento de probar una nueva crema depilatoria que mi mamá había comprado. Oh, ¡qué error más grande! Bañé mis brazos con la crema (porque en ese tiempo todas mis amigas se depilaban los brazos) y, a los pocos minutos, comencé a sentir un terrible ardor. Corrí a enjaguarme, pero ya era demasiado tarde: mis brazos estaban rojos y llenos de pequeñas ampollas.
No sólo me dolía la pancita y no había dormido nada, sino que ahora ¡tenía los brazos quemados! Y si crees que iba a ir al doctor en mi cumpleaños, estás muy equivocada. Me aguanté el dolor y salí a pasear de todas formas. Pero seguramente ya habrás adivinado, no disfruté nada: no podía comer y parecía un robot con los brazos tiesos. Llegué a casa muerta. Nunca más comí papas fritas tan tarde, ¡y nunca más me depilé los brazos!
Y tu peor día, amiga mía, ¿cuál ha sido?