Hablar sobre "amar a un hombre" cuando se tienen 13 años parece un chiste para la mayoría de las personas. Sin embargo, yo sentía que estaba totalmente enganchada de Leo, un niño dos años mayor que yo y dueño de una cautivadora sonrisa que me tenía inevitablemente atrapada.
Recuerdo que él era de los que se sentaba en un rincón del colegio a tocar la guitarra. Un aire solitario, dos ojos claros y tres notas, provocaban que mis compañeras se escondieran a mirarlo y a reír cuando las descubrían. Debo admitir que si bien en ese entonces lo encontraba bonito, sentía cierto rechazo por acercarme al ver a la enorme tropa de colegialas que alucinaba con besarlo.
Fue en el último mes del semestre escolar cuando él se me acercó a la salida. La loca de Camila, mi mejor amiga, corrió rápidamente hacia otro lugar para "no arruinarme el momento". Leo tenía la voz serena y un perfume tan característico que tardé hasta el otro año en quitarlo de mis manos. Me invitó a conversar a una plaza y envolvió su pañoleta alrededor de mi cuello como un signo de pertenencia. Me enamoré como desquiciada y llegué a escribir poesías, canciones y dibujitos cursis apenas pisé mi casa.
Al siguiente día volvimos a juntarnos después de clases y me invitó a una especie de bosque aledaño. Ahí nos besamos por horas, como si no supiéramos hacer nada más. La misma situación se repitió por algunas semanas. Estaba tan en las nubes que nunca noté que él ni siquiera me saludaba en el colegio, hasta que mi amiga me lo comentó. "Da igual si me creen que estoy con él", le decía a mi partner, "total yo sé que es verdad".
Un día miércoles nos juntamos como siempre en el mismo lugar. Le llevé algunos discos que había grabado para él, pero Leo me tenía una mejor sorpresa: se había aburrido, le gustaba otra y ya no quería que nos siguiéramos viendo. Quedé destrozada. En mi casa ya no me esperaban ni los cuadernos de partitura, ni las poesías de niña, había una nube que se volcaba en mis ojos y provocaba un río de lágrimas destinado a ahogarme.
Ya había finalizado el año escolar y no verlo más me provocaba una emoción doble: quería mirar sus ojos y escuchar su música, pero sabía que moriría de pena si lo encontraba envuelto en canciones en su esquina del colegio. Me encerré en la casa y de él no supe más... hasta marzo, cuando abrió espacio entre la gente de los pasillos tomado de la mano de mi mejor amiga Camila.