Creo que ha sido uno de mis mayores osos. Es que a decir verdad, siempre asocié el calzado con lo fashion, con verse bien, con sentirse cómoda. Pero cuando provocó lo contrario... Uf. Obligada a reírme nomás. Es que no tenía de otra para pasar piola: ¡me había puesto pares distintos!
¡Maldita sea! Si revolví toda la casa para armar nuevos outfit el día anterior. Con todas las tenidas nuevas que me probé, juraba que al menos luciría bien. Es que debía, mínimo. Pero no, porque a la mañana siguiente tuve que vestirme flash por despertar tarde. Así que opté por unos jeans negros, los zapatos cómodos que estaban bajo mi cama, una blusa, y listo. Total, todavía tenía esperanza de verme como quería.
Hasta ahí, pues apenas empecé a caminar, sentí más miradas de lo normal. Era la gente que me escaneaba de pies a cabeza; la que sonreía y luego seguía. Hombres, mujeres, niños, niñas, abuelos, o lo que sea; pero todos reían. Creo que ni el perro se libró. Me dijo “guau”.
Más encima, cuando llegué a clases, el profesor dijo que debía realizar una pequeña disertación. Como nunca, todos pusieron atención mientras presenté. Pero no porque les interesara el contenido, sino porque les llamaban la atención mis pies. Claro, estaban todos con la vista en mis zapatos. ¡Eran distintos! Uno negro y otro café. Juro que no hallaba dónde meterme. Obligada a tirar una talla con eso. Había que salvar el discurso, y reírse del chascarro. Ja, por volada nomás.
Y a ti, ¿te ha pasado?