Es difícil sobrellevar un duelo. Sea éste producto de la irreparable pérdida de un ser querido o una ruptura amorosa, la sensación de vacío es tan intensa que asemeja al dolor físico. Se trata de un cúmulo de emociones, cuyo proceso sigue varias etapas. Y en Fucsia te contamos cuáles son:
1. La negación: es nuestro mecanismo de defensa natural ante la violencia de una pérdida. Cumple la función de dilatar o “suavizar” un poco el impacto que ésta produce. Así, tendemos a pensar que - si se trata de una relación amorosa - la otra persona recapacitará y volverá en nuestra búsqueda. Asimismo, ante el deceso de un ser querido, es usual que sintamos que se trata de una pesadilla, que vamos a despertar y aquella persona estará a nuestro lado. Incluso no es extraño que inventemos enrevesadas fórmulas para viajar en el tiempo o volverlo atrás. Es una etapa en la cual creemos que cualquier tipo de magia es posible.
2. La ira: Sobreviene después de la negación, una vez que se ha aceptado el hecho de que aquella persona tan especial no continuará el viaje junto a nosotras. Es ahí cuando nos rebelamos y se presentan en masa los “por qué”. Nos ponemos irritables y hasta la más mínima provocación nos lleva a estallar en rabia. ¡Ni siquiera soportamos nuestra propia compañía! Creemos que la vida es cruel e injusta y nos molesta hasta el aire. Es una etapa difícil, pero hay que vivirla y “soltar” aquellas emociones agobiantes que nos abruman. Eso sí, mucho cuidado con herir a quienes forman parte de nuestro entorno.
3. La negociación: Es aquí cuando comenzamos a buscar tratos con Dios - o el ser superior en que creamos - para que nos devuelva el amor de “esa persona” o regrese a la vida a quien no está. Proponemos cambiar nuestro estilo de vida y mejorar distintas conductas a cambio del favor que necesitamos. Reconstruimos una y mil veces los hechos que rodearon el deceso o ruptura, planteándonos los diferentes finales que hubiese tenido la situación según las distintas alternativas que pudimos haber tomado. Hay que tener mucho cuidado con esta fase, ya que puede resultar muy dañino y agotador ocupar nuestra mente en fantasías que no se condicen con la realidad.
4. La depresión: Es el momento en que nos viene todo “el bajón” y liberamos aquella pena con la que intentábamos lidiar de diferentes e insanas maneras. Nos invade la angustia, incertidumbre, tristeza, dolor, vacío y miedo al futuro. Nos sentimos en penumbras, lo cual es indicio de que comenzamos a aceptar la experiencia vivida. Extrañamos al ser que amamos y nos faltan fuerzas para continuar. Sólo queremos dormir, para no pensar. Sentimos que nunca más volveremos a sonreír, ni podremos ser felices. Pero ¡tranquilas!. Esta etapa también pasará, para dar paso a la siguiente.
5. La aceptación: Es la etapa en que por fin asimilamos que aquella relación ya no existe o que nuestro ser amado se ha ido. Este proceso nos permitirá integrar la experiencia a nuestra vida, crecer y reflexionar. Nos veremos fortalecidas. Si el hecho traumático fue un deceso, sabremos cómo relacionarnos con aquella persona desde un nuevo plano, siempre inspirándonos en su recuerdo. Si se trató de una ruptura, haremos los rencores a un lado, guardaremos con cariño lo vivido y dejaremos ir. Ya no habrá dolor, ni culpa y nos concentraremos en nuevos y grandiosos horizontes por descubrir.
Y tú, ¿cómo has vivido tus pérdidas?