Estábamos en el colegio cuando mi amiga empezó a pololear con él. Era unos años mayor, así como de 23. Venía de otra ciudad. Había llegado a establecerse acá para independizarse de sus papás. Parecía buena onda, pero era medio cuentero; así que lo mirábamos con algo de recelo.
Aunque en el grupo le dábamos a entender que nos parecía sospechoso; a mi partner parecía descuidarle. Estaba bien enganchada, sí. Como ciega. Entonces, hasta pensaba que le decíamos esas cosas de puro envidiosas. Bueno, ella reaccionaba hablando todo el día de las bondades de su novio y de lo feliz que estaba con él. No escatimaba en elogiar lo afortunada que era por estar en esa relación. Le creía todo.
Pero un día eso comenzaría a cambiar: otra amiga lo vio en una situación sospechosa. Dijo que se encontraba en una plaza, ubicada en un sector poco concurrido de la ciudad. Extraño, pues estaba en compañía de una mujer; mayor que él, de unos treinta y tantos. Se notaba que se conocían mucho, porque parecían tener confianza y complicidad. A ratos se abrazaban, besándose en el cuello y en la boca; tal como una pareja apasionada.
— "Oh, ¿y nuestra partner?" — "Buena pregunta. Aquí hay algo muy raro, que debemos dilucidar". Por eso decidimos hacerle la pillada. Preguntando confirmamos que frecuentaba ese lugar y que pasaba poco en la pensión en que vivía. Ya contábamos con muchos antecedentes que indicaban que este tipo no era quien realmente decía ser. Pero debíamos mostrárselo a quien correspondía: su novia.
Así que la citamos a un tour especial, que consistía en seguir a su amado. Y ahí estaba. Primero, juntándose con la mujer mayor en la plaza. Después, encontrándose con otra en un bar cercano a su pensión. Luego, recibiendo unos billetes de una señora en una esquina. Y finalmente, escondiéndose de unos hombres que lo esperaban para cobrarle. Mi amiga no tuvo palabras, sólo un tremendo llanto.
No era para menos. ¡Se trataba de un chanta! No había llegado a esta ciudad para independizarse, sino para arrancar de los acreedores a los que les debía. No tenía una novia, sino que varias. A ellas les pedía dinero para vivir bien, comiendo rico y carreteando en los locales de moda. O sea, era una persona muy distinta a lo que contó. Mentiroso.
Obviamente, nuestra amiga lo cortó de una. Pasó un trago bien amargo por haber confiado más en él que en nosotras. Pero después quedó todo claro, pues coincidimos en que son cosas que pasan. Así que nos servía de experiencia.
Y tú, ¿te has enamorado de un chanta?