Cuando conocí a mi amiga, me di cuenta inmediatamente que era muy apegada a su familia. En especial a su mami: pasaba pegada a ella como una muñequita. Pensaba que era una relación normal, como toda madre e hija; pero ya pasado el tiempo ¡ups!. ¡Pues estaba un poquito equivocada, eh!
Recuerdo que lo primero que le dije fue "¡Amiga, hay un carrete que no podemos perder, tenemos que ir sí o sí!" A lo cual mi querida partner respondió: 'Tengo que preguntarle a mi mamá'. Aquella vez me pareció súper bien, ya que es muy lindo que una mamá cuide a su hija y quiera que llegue bien a casa, saber dónde va, con quién estará, etc... Sin embargo, a medida que transcurrían los meses, nos salían más panoramas y venían más preguntas de mi parte: "¿Amiga, vamos al cine?" "¿Al parque?", "¿A un concierto de blues?", "¿Vamos a Fantasilandia?", "¿Vamos a la playa?", "¿Ven a mi casa a tomar once?" Y ¡no, por favor!
Todas sus respuestas eran "¡Tengo que preguntarle a mi mamá!". Ahí yo estaba con mega ataque. Al principio reconozco que me daba risa y lo encontraba tierno, pero ya después se me llegaba a alisar el pelo, que es ultra crespo, jaja. No podía entender cómo una de mis amigas del alma pudiera ser ¡tan, pero tan mamona!
Yo adoraba a mi mami con toda la fuerza de mi corazón, pero creo que si ella hubiese estado aún conmigo, ¡claro! le pediría permiso y trataría de preocuparla en lo menos posible, pero nunca al límite de decirle hasta cuántas veces voy al baño, jaja. ¡Qué locura!, ¿no?
Pero no todo quedaba ahí, sino que cuando iba a visitarla y estábamos en su habitación viendo películas - o conversando de los bombones que nos gustaban - , la mamá se instalaba en la cama. Decía que nos llevaba tecito y nadie la movía. En el fondo nunca pudimos tener un momento a solas en su casa; sólo fuera de ella. ¡Y ardió Troya cuando quisimos ir a la playa juntas!. Su mamá pegó el grito en el cielo: cómo era posible, algo podía pasarnos, para ella era ideal que no saliéramos ni de la casa.
¿Se preguntarán que hice?
Me armé de valor y paciencia. Le hablé a mi amiga con mucho amor y traté de hacerla entender que esa actitud estaba bien para una niña de 15, pero nosotras ya estábamos bien grandecitas y no podía seguir permitiendo eso. Era de esperar que ella se molestara conmigo en principio, pero pasadas unas semanas por fin entendió. De hecho, estoy segura que nadie se lo había dicho jamás. ¡Tenía que llegar una supermujer que le abriera los ojos!
Lo mejor es que la historia terminó bien: habló con su mamá y ahí descubrió algunos secretos que ella guardaba desde su infancia. Por esos motivo es que era tan sobreprotectora con mi partner. Jamás lo hizo con mala intención, sino para cuidarla con el amor más profundo, como toda madre siente por una hija. Sin embargo, se dio cuenta de que estaba dañándola.
Mi amiga sigue siendo una mamona, pero lejos de la que conocí: ¡ahora, vamos al cine, a las fiestas y hasta a la playa! ¡Fin de la historia!