La salida de la burbuja en la que crecí, me arrojó directo al suelo. Terminar la Universidad acabó en un aterrizaje forzoso que me llevó desde la zona segura que tanto me costó construir, hasta el amplísimo mundo real, al que temía profundamente. El miedo se ha hecho un opresor extendido en mi vida. Lo que refiero aquí, explica mis estados y aborda un padecimiento bastante común del que soy una más de sus depositarias: las crisis de pánico.
Como define la web de Medicina PUC, enfrentamos una crisis o ataque de pánico en uno de "esos períodos discretos de intenso miedo o desagrado, en el cual se desarrollan abruptamente, cuatro o más síntomas como el temblor, la sudoración, las sensaciones de falta de aire o sofocación, el malestar o dolor torácico, las náuseas o malestar abdominal, e incluso efectos extremos como el dolor, o el temor a perder el control, a morir o enloquecer, alcanzando su máxima intensidad en un plazo de hasta diez minutos". Sin duda, es algo que nos hace pensar en los niveles de estrés y ansiedad que experimentamos por distintas razones, y que deberíamos poder trabajar.
Concretamente, se dice que las crisis o ataques de pánico se producen cuando nuestro cerebro cree que debe reaccionar ante alguna emergencia. Y es así, como en los lugares muy concurridos o inhóspitos, que nos generan rechazo o desconfianza, sobrevienen los síntomas que, comprensiblemente, pueden desconcertar tanto a quienes lo padecen como a los que les rodean. Conozco casos de personas que han llegado incluso a urgencias, y que han salido con la sensación de ser "incomprendidas", porque realmente, no tienen nada de lo que sobredimensionan, pese a que se sienten fatales.
Dada mi historia de vida, el origen de mis crisis de pánico es algo particular, causado por el caos que produce el trauma del Abuso Sexual Infantil (ASI) del que soy sobreviviente, y que me atrevo a mencionar toda vez que puedo, para que como madres o futuras madres, nos apoyemos en la prevención, cuidado y confianza hacia nuestros niños. La desprotección de la que fui víctima, me produjo evasión, despersonalización, e incluso una especie de amnesia respecto de los hechos, que me signaron una paralizante inseguridad que me hace tambalear por entero, cuando necesito caminar firme.
Fue tortuoso experimentar tempranamente, el temblor, el sudor y el miedo que se extendieron a distintos ámbitos de mi vida. Y así le pasa a muchísimas personas más. En mi caso, las crisis de pánico son todavía, ese grito que emana de mí, cuando necesito ayuda. Pero las causas posibles son infinitas.
Lo recomendable es que quienes han experimentado crisis de pánico, intenten conectarse con sus emociones, revisen qué les duele, qué les preocupa o les atemoriza, y procuren resolverlo, ya sea mediante terapia psicológica y/o psiquiátrica, o tal vez algún método alternativo que pueda ayudarles a calmar la tensión y la preocupación.
Mientras, sugerimos tomar nota de algunos tips para enfrentar mejor esos momentos "altamente indeseados". Respirar profundo, pensar en que nada malo sucederá, tratar de estar lo más "presentes" posible para evitar otros riesgos, y esperar tranquilamente en un lugar seguro, a que pase el episodio. Y lo más importante: tener siempre claro que somos el principal guardián de nuestra seguridad, y que por ello merecemos y nos debemos, llevar el control de nuestra vida. Si se nos hace cuesta arriba, siempre podemos pedir ayuda.