A veces junto dinero y me depilo con cera, pero la verdad es que la mayoría del tiempo utilizo mi linda rasuradora de color rosa. El único problema de ocupar tan seguido a mi querida amiga es, como seguramente sabrás, que los pelitos vuelven a crecer ¡casi al día siguiente!
Con los años me he vuelto menos perfeccionista y más “light” respecto al tema, pero el otro día me ocurrió un chascarro de aquellos que te dejan traumada por un tiempo. Deja que te cuente: había ocupado jeans toda la semana, y con mi pinche recién nos juntaríamos el domingo. Por ende, mis piernas estaban salvajes y peludas.
Llegó el día viernes y había un sol gigante. Hacía mucho calor, ¡y no podía cubrir mis piernas! Partí a ducharme rápido porque ya estaba algo justa en la hora (como casi siempre) y me hice una repasada rápida con la rasuradora.
El problema es que cuando te rasuras rápido, es muy común olvidar alguna parte. Y, en mi caso, esa parte fue muy notoria: olvidé depilar ambas pantorrillas. Me di cuenta de mi descuido cuando ya iba en la micro, y no había mucho que pudiera hacer. ¡Trágame tierra!
Comencé a pensar cómo lo haría para disimular mis pantorrillas salvajes. En la micro no tuve mayor problema, ya que iba sentada. Pero, ¿qué iba a hacer cuando estuviera caminando por la calle? ¡Todo el mundo las vería! Y no estoy hablando de pelitos delgados y claros, estoy hablando de la más pura herencia española: ¡negros y gruesos!
Para ser sincera contigo, no me quedó otra que aperrar. Decidí que no me complicaría más, y que si alguien lo notaba y le parecía terrible, pues bien por él o ella. ¿Qué otra cosa podía hacer? ¿Comprar otra rasuradora y pasar a algún baño, sólo por el “qué dirán”? ¡Ni ahí!
Podrás adivinar que hoy, cada vez que me rasuro, comienzo por mis pantorrillas. Y es que entre prevenir o aperrar, prefiero prevenir. ¿Y si me saltaba la liebre? Mis peludas pantorrillas hubieran espantado hasta al más aventurero.
Y a ti, ¿te ha pasado algo parecido?