Enamorarse… ¡qué lindo! Obnubilarse y volar en la nube más rosadita del mundo celestial. Bacán. Pero en algún momento, hay que aterrizar. Y ojalá que la lucidez alumbre desde el principio. Reglas claras conservan la amistad, y el respeto también. Por eso, aunque “más vale prevenir que lamentar”, cuando se ama, nunca es tarde para revisar si todo anda bien, y si los roles en la relación están bien definidos. ¡Hombres y mujeres, a sus puestos!. Nunca olviden que “sólo los hijos son los hijos”. A las parejas no se les tiene que "criar". Jamás debemos favorecer la inmadurez que paraliza el deber de adultos. Eso se vuelve en contra de ambos.
Quien asume un pololeo o un matrimonio, teniendo sobre los 20 años de edad, no es un adolescente. Y a los “adultos”, no hay que volverlos a formar. Es algo pretencioso y nada sugerible, sobre todo cuando son irresponsables. Cada quien debe avanzar desde donde hayan hecho la tarea sus padres - o donde se haya esforzado por estar - y ponerse a la altura de las circunstancias. Las relaciones son de a dos, y no es justo asumir las falencias conscientes de una pareja que se niega a crecer, y que de alguna forma, abusará de la generosidad del otro. Como el amor a veces “ciega”, podrían pasarnos gato por liebre, y del tierno galán, o la dulce enamorada, nos veremos “paseando en coche” a un seudoadolescente viejote, al que tras darle cientos de atenciones, terminamos desconociendo y rechazando, por un error más bien, en común. Y nos pasa tanto a mujeres como a hombres. Seres mimosos y acomodaticios hay en todas partes, y se caracterizan por esa conveniente “incapacidad”, para hacer lo que se debe. Alguien que no estudia, que no trabaja, que quiere que le compren de todo, y en la casa, prácticamente, está de vacaciones, mientras comanda al mundo con control remoto; alguien que no sale de su: “Traéme esto, pásame aquello, déjame plata para comprarme tal cosa, voy a salir de nuevo y llego en una semana", entre otras “gracias”, que terminan por descomponer la cara.
¡Ay del proveedor cuando llega el momento en que necesita huir y que le indemnice por “el error de fábrica”! Pero cuidado. Como decía, en esto también, la responsabilidad es mutua. Si uno se aprovecha, es porque el otro se ha dejado. Quizá de ingenuos, o tal vez por algún vacío enorme, lo damos todo hasta vaciarnos. Pero la medida es necesaria. Personalmente, no me veo discutiendo con alguien que me reclame ropa limpia si no se la lavo, o que se “queda dormido” porque la noche anterior salió a carretear, cuando al día siguiente debe ir temprano a una entrevista de trabajo. Y miren que hay fila para esos y otros casos.
Siempre digo que cuando hay reciprocidad, la entrega debe ser plena. Es justo. Pero si se detecta un desajuste tan grande como ese… ¡Peligro!. La confianza, el bolsillo y la paciencia, ni muy sueltos ni muy apretados.
Sin duda que si realmente amamos, podemos apoyar, y con calma, comunicación honesta y voluntad, podemos nivelar la entrega. Lo importante es que “el príncipe” o “la princesa” de cuento, reaccionen, y no pretendan relajarse a costa nuestra. Es inconcebible el extremo de quedarse en cama, a riesgo de perder el trabajo, y más aún, que las labores de casa y los gastos sean resorte de uno solo. Ese dolor es más grande que una ruptura definitiva. No es una prueba de “amor”, dejar que la cuenta corriente quede en pánico, sólo porque la parte consentida no ha madurado. Nada más triste que querer salir a tomarse un café, y siempre te estiren la mano para que pagues. Cuando eso es forever… Lo siento. No me genera compasión.
Conozco muy de cerca, una situación de excesos. Una chica ilusionada, que trató de dar el Universo, se quedó en una ruina temporal, pero muy fuerte. Su ausencia de asertividad, la condujo al ruego diario para que su pareja trabajara y la ayudara a salir de la crisis, pero eso no sucedió. A diferencia de su generosa ofrenda, la respuesta que recibió fue: "¡Ese no es mi problema!"
Cuando de esfuerzo y de autorespeto se trata, no vale el “dar hasta que duela”. Realmente, esa falta de amor propio, sólo se supera con mesura y claridad.
Colaboración enviada por Lucía Mori