Admito que soy bastante poco dada a cualquier tipo de situación social. De a poco he aprendido a apreciar y disfrutar sinceramente reuniones con amigos, laborales u otras (apoderados, matrimonios, etcétera). Pero si hay algo que aún detesto son los encuentros familiares en que se junta toda la parentela.
Sí, aquellos en que no faltan las clásicas tías que preguntan cuándo les presentarás al pololo y si lo tienes, cuándo se casan o llega el bebé. De más está decir que si cumples con todo lo anterior, tampoco faltarán preguntas. Por último, cuándo te mueres, pero de que saldrán con algo, lo harán.
Otro hecho clásico de este tipo de reunión es que se pretende aglutinar a los comensales por “edad”. Así, un sector estará dedicado a los jóvenes, otro a los adultos jóvenes, otro a los niños, los mayores y etcétera. Eso, como si compartir década de nacimiento fuera una garantía de que deben conversar y llevarse bien. Lo peor es que a veces no fluye nomás. No hay tema, pero los anfitriones igual estarán ahí, para obligarte a que hables y “te aclimates”. ¿Habrá algo peor que un diálogo forzado? Es justo ese el incómodo momento en que empiezan a tirarte a la cara el currículum del primo Fulanito, que estudió lo mismo que tú, pero en Francia; tiene 6 diplomados, 4 magíster y ofertas labores por U$10000. (¿Ya? So what?).
Si definitivamente la “buena onda” con la concurrencia no fluye o estás cómodamente en tu espacio mental impenetrable, viene la segunda parte del martirio: las bromas respecto a tu introversión, con la cual estás muy complacida. Te preguntan si “te comió la lengua el ratón”, te piden que por favor “dejes hablar a los demás” o intentan forzarte a tomar “un traguito, para entrar en confianza” (todas bromas muy “simpáticas” y “originales”, por cierto).
Y ahí te quedas, concentrada en tu celular, intentando que el tiempo pase rápidamente. Mientras, tu parentela insiste en que compartas, te unas a la parranda, bailes una cumbia o sueltes ese aparato, comentando cómo los jóvenes de hoy son absorbidos por Whatsapp. Lamentablemente, es diciembre, que junto con septiembre se considera “mes oficial de las fiestas”. Así que no queda más que tener mucha paciencia y aguante. O inventar alguna extraña alergia a la electricidad del ambiente, al más puro estilo “Better Call Saul”. Y es que puedes amar mucho a tu familia más directa, pero eso no significa que compartir con toda la parentela (incluyendo el decimocuarto grado) sea tu panorama favorito.
¿A alguien se le ocurre algo más para zafar?