Hace años me había titulado y estaba buscando el trabajo de mis sueños. Y por trabajo de mis sueños me refería a un lugar que quedara cerca de mi casa (o no tan lejos) y que remunerara de manera generosa todas mis horas de esfuerzo. No encontré lo primero, pero sí encontré lo segundo.
Mandando y mandando currículums, por fin me llamaron de un trabajo con un sueldo muy generoso a fin de mes. Son muchas horas de trabajo, prácticamente no tengo fines de semana, pero cuando recibo ese cheque de 7 cifras todas mis penas se ahogan en el delicioso sentimiento de la riqueza momentánea.
¡En fin! Llegué a trabajar como una de las administradoras. Todo el personal fue muy respetuoso y amigable conmigo, pero había un pequeño detalle: eran casi todos hombres. Y más aún: tenían casi todos la misma edad que yo. Lo que no sabía en ese momento era que estos “pequeños detalles” me causarían un gran dolor de cabeza.
El tiempo pasó y me hice casi-amiga de todos los chiquillos (casi-amiga, ¡porque soy la jefa!). Algunos me agregaron a Facebook y casi todos tenían mi Whatsapp (para emergencias laborales, por supuesto). El problema es que no pasó mucho antes de que las relaciones comenzaran a complicarse un poco: te juro, casi todos los hombres que tenía a mi cargo ¡me estaban joteando!
Sus intenciones comenzaron con detalles pequeños, como un rico café o un pequeño chocolate. Al principio rechacé todos los regalos, pero su insistencia me hizo ceder. Luego, fueron subiendo escalones: me invitaban al cine, a cenar, a tomar unas chelitas por ahí. Me piropeaban cada vez que podían, y comenzaron a pelear entre sí “por mi amor”.
Y debo ser sincera contigo… ¡me sentía espectacular! Nunca había tenido tantos pretendientes al mismo tiempo, y nunca había recibido tanta atención. Y te juro: resistí lo más que pude, hasta que finalmente mordí el fruto prohibido. Sí, ¡salí con uno de mis empleados!
Pero fue algo piolita, eso sí. Fuimos al cine, y luego a tomar unas cervezas. Después me fue a dejar a mi casa, y bueno, le di un piquito. ¡Pero uno chiquito!. Porque, ¿sabes qué? Prefiero mil veces ese jugoso cheque que recibo a fin de mes, a un romance pasajero. ¡Claro que sí!
Y tú, ¿qué hubieras hecho?