Aunque me considero afortunada al tener amor, una bella familia y un buen trabajo, debo admitir que el 2015 no fue mi mejor año. Perdí a una de las personas que más he amado, lo que siempre es un golpe fuerte y violento, sin importar si estás más o menos preparado. Por eso es que esta versión de las festividades tiene para mí otro cariz.
El año anterior (2014), recuerdo haber seguido religiosamente todas las cábalas para recibir el 2015: calzones amarillos, lista de deseos, vestuario en colores auspiciosos, etc. Creo que no fueron más que bellas creencias; muestras de la esperanza que nos provoca el nuevo año. Ciertamente, nunca es malo ejecutar dichos rituales con ilusión, pero - pensándolo fríamente - el 31 de diciembre no es más que otra fecha en el calendario. Tiene un significado místico, claro. Pero ninguna de mis alegres cábalas anteriores fue responsable de mis momentos buenos - que los hubo - y mucho menos de mi tragedia. Tenía que ser así, y ni las velas, ni la lencería, ni las copas de champagne con oro, ni las lentejas, ni las uvas, ni nada pudo evitarlo.
En mi círculo de amistades también hay quejas: dicen que no hubo avances. Algunos iniciarán el año nuevo sin compañía y se sienten desolados, como presagio de que vendrán días de pena y soledad. Chiquillos: tengan en cuenta mi propia experiencia. Es sólo otra noche. Nada de lo hagan o dejen de hacer entonces cambiará lo que tenga que ser. Pero hay algo que sí puede incidir en los progresos de cada día: ustedes mismos. Como dijo Aeilyn en estas páginas, lo que comienza son “365 nuevas oportunidades” (o 366, si consideramos que es año bisiesto). Lo que tiene que ponerse en modo de lograr avances, no es el cambio de número, sino uno.
Este 2016 no lo espero con ropa interior especial, ni un atuendo de mágico color, un listado de deseos, ni anillos en mi copa. Valoro la alegría en estas fechas, aunque leer mensajes que dan la bienvenida al año o pretenden que mágicamente nos traiga la buena fortuna, me vuelve un poco Grinch. Yo lo viviré sin esperar “magias”, sino con la nostalgia de toda una vida en medio de dulces brazos que no volverán. ¿Algún anhelo? Sí, uno muy simple: ser cada día mejor (mamá, profesional, mujer, persona). Es lo que “mi viejita de arriba” quería, y un testimonio de que sus enseñanzas sí calaron hondo. Y así como ella me contó sus historias del tiempo en que aún no nacía, espero regalarle un buen relato de mi vida el día en que la vuelva a encontrar.