Hace unos meses me enamoré perdidamente de un mujeriego empedernido (the heart wants what it wants). Si bien sus comentarios me dejaban pistas claras sobre sus preferencias (siempre estaba hablando sobre sus muchas aventuras amorosas), las primeras semanas fue muy tierno y hasta un poco romántico conmigo.
Supongo que fue la emoción de la conquista. Yo me hacía la difícil, no por una cosa de gusto, sino porque algo me decía que no me tenía que entregar completamente. Pero sus lindas palabras y constante atención terminaron por derretir mi coraza. Finalmente, cedí el control.
Él no quería un pololeo formal y yo acepté. Así, si bien parecíamos una pareja cualquiera, el pequeño gran detalle era que él se podía acostar con las mujeres que quisiera (y yo con los hombres que gustase). Y como seguramente ya habrás adivinado, todas las semanas él tenía una aventura nueva. Orgulloso de sus hazañas, yo terminaba destrozada después de que no guardara ningún detalle para la imaginación.
Completamente enamorada, a mí no me daban ganas de buscar otros hombres. Al cabo de un tiempo, mi no-pololo comenzó a prestarme menos atención y hasta olvidaba llegar a nuestras citas. Pero a esas alturas era poco lo que me cuestionaba y mucho lo que toleraba.
Como puedes ver, la experiencia de enamorarme de un mujeriego tuvo repercusiones en mi percepción del amor. Comencemos por lo bueno: aprendí a controlar mis celos (imposible liberarme de ellos), a respetar la privacidad de mi pareja y, sobretodo, a valorar mi propia libertad. Entendí que lo más bello del amor es escoger al otro con plena consciencia. Podía salir con quien yo quisiera, y no lo hacía no porque “no pudiera”, sino porque no quería.
Pero también hubo momentos-no-tan-buenos. Hubo un punto en esta no-relación en que confundí la libertad con la falta de respeto, y estuve bien con eso. Llegué a pensar que un amor verdadero implicaba un esfuerzo constante, y que si lloraba todos los días era porque “no era lo suficiente avanzada/open-mind”.
Creí que estaba bien si pasaban días y no me hablaba, o que me dejara con los crespos hechos por salir a carretear. Acepté que no tuviera atenciones especiales conmigo, que nunca me hiciera regalos y que siempre pagáramos las cuentas a medias, ¡hasta en mi cumpleaños! Porque enamorarse de un mujeriego es enamorarse de un hombre que no entrega su corazón, y es aceptar las migajas de una ilusión.
Y a ti, ¿te ha pasado algo parecido?