Siempre quise ser independiente y no tener que postergar mis planes por nadie. Nunca me gustó “marcar tarjeta”, ni mucho menos tener toque de queda o dar cuenta de los tragos que podría tomar en una fiesta -hasta que de repente- me enamoré.
Y todo se volvió confuso. No tuve tiempo de auto-rebatirme, porque mis emociones estaban a mil por hora. Quería hacer todo sin descuidar esa vida que tanto preservé, pero inevitablemente hubo cambios en ella. Cambios que me hicieron más feliz.
Cuando estuve sola me sentí literalmente libre. No tenía complicaciones ni dudas, vivía sin angustiarme por nada. Sin embargo, hubo un periodo en que mis mejores amigas estuvieron todas comprometidas, lo que me llevó a pensar qué bonito sería vivir un amor como el de ellas. Luego recordaba todas las complicaciones que tuve en mi anterior relación y entonces retomaba el disfrute de estar soltera. Pero ahí cometí un error: comparar, porque no todas las relaciones pasan por las mismas etapas. Que mi pasado haya sido malo en el amor no significaba nada. Me equivoqué.
Estar en pareja es genial cuando existe comunicación y confianza. Ambos aspectos están ligados de la mano totalmente. Es muy lindo compartir tu vida con una persona que no te entrega dudas, sino placer y agrado. Es bacán reírse con él y hacer burradas que no te crucifican, que sirven para tener una nueva perspectiva de la persona que te acompaña. Con mi pololo actual aprendí a disfrutar realmente a quien tengo al lado. Al llevar ya más de un año de relación y vivir con él, puedo decir que tuve la mayor suerte y que tu pasado no tiene nada que ver con lo que eliges para tu presente.
Es importante no perder el norte, no desaparecer. Seguir viviendo los sueños y cumplir las metas igual que cuando estabas “sola”. Después de todo, compartir tu vida con alguien es eso: vivir juntos las penas y alegrías, los anhelos y frustraciones, tus virtudes, defectos y todo lo que forma parte de tu mundo. Créeme que es la cosa más bonita que te puede pasar, ¡y debes hacer que perdure!.