Admito que soy de esas chicas fanáticas del delineador negro. Siento que combina con cualquier look y que mis ojos almendrados (escucho el "eeella" desde el fondo) resaltan mucho más. Ya sea de día o de noche, siempre lo ando trayendo en mi cartera o en mi mochila y es un “must” a la hora de conquistar algún chico guapo.
Pero lo terrible de ser esclava de los delineadores es que, primero, siempre se corren. Ya sea invierno o verano, en todo momento tengo que estar atenta a mi maquillaje para no terminar luciendo como un panda. Y lo más penca es que ¡nadie me avisa! Vas por la vida luciendo como un zombie, y ningún alma generosa es capaz de decírtelo.
Aunque vamos, tampoco es para tanto. Basta con tener un espejo a mano, un poco de papel higiénico y ¡listo! Problema resuelto. Sin embargo, lo verdaderamente "atroz" de esta pequeña cosa terrible es cuando el delineador se nos empieza a correr hacia la zona del lagrimal, formando una monstruosa ¡lagaña negra!
Sé que me entiendes, amiga mía. Si ya odiamos las lagañas per se, imagínate esas de color oscuro y que todo el mundo a nuestro alrededor puede notar. Seamos honestas: no son para nada agradables. Lo que más detesto es cuando estoy pasándolo súper con mi pololo y, de pronto, acerca a su mano a mi cara. “¿Qué pasa?”, le pregunto. “No, nada… es que tenías una cosita negra.”
Déjame decirlo con fuerza: ¡¡¡Qué terrible!!! Me da demasiada vergüenza que los demás vean mis lagañas góticas, ¡y es mucho peor cuando es alguien más quién me las saca! Porque una cosa es que el delineador se nos corra un poco hacia fuera, y otra cosa muy distinta es que se nos meta dentro del ojo.
Y tú, ¿sufres cuando se te corre el delineador?