Los cementerios son lugares con mucha historia. Llenos de nostalgia, escenarios de grandes tristezas y despedidas, es comprensible que muchos los rehuyan Pero mi caso no es ese: a mí me encantan. Y podría perderme en ellos durante horas.
En circunstancias que viví un duelo reciente, podría parecerte razonable mi afán por los panteones. Sin embargo, es de mucha más larga data. Recuerdo que cuando me enteré de los tours nocturnos que realiza el Cementerio General, simplemente deliré. Participé en ellos poco después de informarme sobre su existencia, y de ahí en más lo hice otras cuantas veces. Ser parte de ellos me emociona de sobremanera y lo considero un gran panorama.
Previo a ello, fueron varias las jornadas que pasé recorriendo las callecitas de la necrópolis. Solía hacerlo con mi viejita, revisando las sepulturas de mayor connotación histórica y belleza arquitectónica. Otras tantas veces lo hice sola o con mi pololo. Tomé muchas fotos, me enteré de los principales mitos urbanos y tenía mis muertos “regalones”, a los que dejaba una flor en forma periódica.
Creo que lo más bizarro que hice, fue organizar una “especial” celebración de cumpleaños a mi pololo en la escultura a las víctimas del incendio de la Compañía. Ahí, comimos un trozo de pastel y le canté el “Cumpleaños Feliz”. Sí, fue extraño, pero es un dulce recuerdo que atesoro. Y es que considero que recordar a los difuntos en estos camposantos llenos de paz, tiene algo de magia. ¿Qué mejor lugar para celebrar también la vida?.
Aunque mi favorito es el Cementerio General, creo que todos tienen lo suyo: el Metropolitano da una paz infinita y los de la red Parque del Recuerdo, ofrecen también hermosas áreas verdes. ¡Incluso el Católico, con sus catacumbas, tiene una mística muy particular!. Y ni hablar de otros emblemáticos, como el Cerro Panteón. ¡Simplemente bellísimos!.
Y tú, ¿compartes mi extraña locura por los cementerios?