No sé si será por trasnochar mucho, por la alineación de los astros, o por el dichoso síndrome premenstrual, pero hay días en los que me baja una misteriosa sensación de persecución, contraria a mi parada externa de creerme una mujer racional y con los pies bien puestos en la tierra. Cuando ando así, siento que podría haber "algo" al acecho y mi imaginación pela el cable con ganas, poniéndome en situaciones muy improbables o rebuscadas, que van desde el robo con intimidación - pasando por asesinos en serie - hasta los fantasmas y seres grises.
Esto a veces me pasa en momentos o lugares puntuales... o al menos eso me digo a mí misma para convencerme de que no estoy tan gagá. Típico que después de una película de terror, una queda más saltona y ve siluetas en las sombras. O cuando vas a una casa antigua, alguien te cuenta que ahí murió no sé quién y que en las noches penan. Obviamente más tarde los crujidos naturales te comienzan a sonar como pasos, que lentamente se acercan hacia donde tú estás, y de pronto... nada, seguramente era el viento o un gato. En estas circunstancias, me digo una y otra vez que no hay nada raro allí y que mi cabeza está sugestionada, pero no puedo evitar sentir ansiedad y tomar grandes medidas espantacucos, como encender la luz, abrazar algo, y mantener mis extremidades bajo el cubrecamas. Esto, para que no venga ningún espectro a "tirarme las patas".
Otras veces, mi enemigo imaginario son los psicópatas. No me refiero al típico espécimen que entra a tu cuenta de Facebook, te revisa las llamadas telefónicas e insiste en aparecer en tu vida aunque tú no quieras; hablo de the real psicópatas (aunque los primeros igual son de temer, aceptémoslo). Reconozco que me gusta ver series estilo CSI, Dexter, Criminal Minds, y que eso puede incidir en mi sensación de persecución, pero igual sigo un ridículo protocolo de seguridad. Seguramente no es muy eficiente en la vida real, pero al menos me deja más tranquila cuando ando "espirituada". Las medidas son variadas: cambiar de ruta con frecuencia para ser poco predecible, enviar un mensaje con la patente de cualquier taxi al que me suba, o revisar que no haya alguien detrás de la cortina de la ducha. Porque, claro, si hubiera un psicópata en el baño, al menos lo habría visto de una y no me pillaría indignamente sentada en el trono.
Y finalmente están los encuentros cercanos del tercer tipo, que han reducido mis horas de sueño en un par de idas a acampar. Quizás por estar respirando aire puro y ver las estrellas de forma más nítida que en la ciudad, pareciera que el universo entero se siente más cerca a la intemperie. Con ello, por supuesto, en mi mente cobran vida todas las historias salfatísticas de seres grises, reptilianos y annunakis. Ya me da lata levantarme en la madrugada para ir al baño en un campamento, porque implica salir del saco de dormir, ponerse zapatos, buscar una linterna y caminar unos cuantos metros hasta una aromática letrina o su matita recóndita de rigor; así que imagínense lo terrible que es hacer todo eso, y además estar pensando que en cualquier momento podría aparecer un OVNI y abducirte cual ganado bovino. ¡O que tal vez ya lo hicieron y no te diste cuenta!, porque tienen tecnología suficiente para controlar el espacio-tiempo y no dejar huellas. Y, por si las dudas, todo eso me pasa por la cabeza estando absolutamente sobria, libre de cualquier bebida alcohólica y/o sustancia alucinógena.
En conclusión, no sé si tengo una imaginación demasiado fértil, veo mucha tele, o realmente debería plantearme una visita preventiva al loquero. Tal vez lo peor de todo este asunto sea darse cuenta de que una realmente la está peinando y no poder mantenerse en el lado cuerdo de la fuerza, pero así son las emociones, muchas veces irracionales e incontrolables.
¿Y ustedes, han sentido alguna vez que podría haber algo inexplicable al acecho, aunque lo crean imposible o improbable? ¡Por favor, díganme que también les pasa y que no estoy sola en Perseguidalandia!