Verano, sol, playa, arena y piscina. Cosas que la mayoría de la gente ama con locura, pero que para mí son lejos una de las cosas más terribles que pueden pasar. Lo confieso, soy una summer grinch. El que haya más de 28 grados, sentir que el sol quema cada centímetro de mi piel, andar tomando agua a cada rato para no deshidratarme y la resequedad de manos y labios por el calor, sí que logran ponerme de mal humor.
Si sumamos que el calor es tanto que aunque nos saquemos la ropa es asqueroso, que en las noches no se puede dormir, que salir de vacaciones es meterse es un taco constante o aeropuertos llenos de niños haciendo berrinches, y que los pasajes y hoteles suben descaradamente sus precios, el panorama no es mucho más auspicioso.
Me desagrada de sobremanera ir a la playa, el frizz, pegotearme con arena, aceites y cremas. Odio quemarme los pies cada vez que quiero caminar y sobre todo a los niños corriendo encima sin respeto. Lo único que le veo de bueno es el recuerdo de los tres meses de vacaciones como estudiante y que en Santiago ya no hay tacos.
Me gusta que al trabajar puedo elegir la fecha de mis vacaciones y nunca, nunca, nunca lo hago en verano. Prefiero aprovechar de recorrer ciudades en otoño, donde el clima acompaña bastante y - como está empezando el frío -, puedo caminar largas horas sin insolarnos ni deshidratarnos. Por todo eso y mucho más, soy una orgullosa Summer Grinch.