Da lo mismo si acabas de terminar una relación; si el tipo con quien salías no te llamó; si ves una película triste o si estás a punto de que te llegue la regla. La pena da una sola orden al cerebro, que reenvía el mensaje al estómago: come, come y come.
Y puede ser de dulces hasta hamburguesas, pasando por helados, malvas y papas fritas. Por algún motivo, ese vacío que sentimos dentro nuestro cuando estamos tristes, se nos ocurre llenarlo con alimentos. ¿Se imaginan si pudiéramos llenarlo con abdominales? ¿O si ayudara salir a trotar 5 kilómetros cada vez que estamos mal? Sería hermoso (tal vez algún día sea posible), pero hasta que eso no ocurra, tenemos a nuestra partner: la comida. Y para ser más específicas: el chocolate.
Hablemos un poco del chocolate. Ese es que nuestro mejor amigo y nuestro peor enemigo (así como ese sostén que te hace ver unas tetas increíbles, pero provoca que se te salga el rollito justo debajo), al que recurrimos cuando sentimos la pena o los calambres.
¿Por qué?
Porque nuestro triste cerebro anda en modo miserable, y para sentirse mejor necesita prolactina (tip: escuchar música triste la libera) o serotonina (aquí está lo bueno). Cuando comemos chocolate, o nutella, galletas dulces o nuestro helado de preferencia, el cerebro libera serotonina "la hormona de la felicidad", y nos sentimos reconfortadas. Por eso nos gusta atacar el pasillo dulce del supermercado (o, en algunos casos, el de papas fritas). ¿Lo terrible de esto? Es completamente normal, sobre todo justo antes de "esos días".
Y no olvidemos ese cliché gringo con el que inevitablemente se crece: mujer despechada, echada en su sofá, en pijama, llorando con una comedia romántica y comiendo helado directamente del envase. Porque obvio, eso hacemos. No sé ustedes, pero yo soy de las que se toma un fin de semana para comerse todo. No sólo chocolate y helado (aunque el helado no me llama demasiado), si no papas fritas, pizza, mayo casera (debilidad personal) etc. etc. etc. Durante esos dos días, ni una manzana o lechuga a la vista.
En mi defensa (y de toda la gente que hace algo parecido) esto es de lo más normal, y es casi saludable darse el lujo una vez cada tanto. Ahora, si se la pasan tristes y comiendo... ¡mejor busquen ayuda a la brevedad!