Comúnmente compartimos en estas páginas las tristezas y alegrías del día a día, aquellas pequeñas cosas terribles e increíbles que dan sazón a la vida. Sin embargo, hay una experiencia que lo mezcla todo: lo bueno, lo malo, lo sublime y lo penoso, y es encontrarte un gatito cuando no tienes el espacio, el tiempo o los recursos para cuidarlo de modo apropiado.
Es lo que ocurrió conmigo, cuando un pequeño gatito llegó hasta la puerta de mi departamento. Resultó ser de un vecino que, ante la imposibilidad de tenerlo, no tuvo mejor idea que echarlo a la calle. Y, por esos azares del destino, llegó a mi casa. Tenerlo ha sido una experiencia sublime, ya que nos ha traído gran alegría y - después de haber sufrido una pérdida reciente - ha sido un bálsamo entre las tristezas. Pero aquí viene lo triste: tengo 2 perros en casa y es imposible quedárnoslo.
Obviamente que darle con la puerta en las narices no es alternativa para nadie. Y menos para mí, que me declaro gatuna total. Así es que aquí estoy, intentando encontrarle un hogar. No es fácil. Quizás si repartiera 500 lucas o unos pasajes a Punta Cana, las ofertas lloverían y las personas harían fila frente a mi casa. Pero asumir el cuidado de una mascota no es menor. Hay un gasto asociado a la tenencia responsable: gastos veterinarios, vacunas, alimentación. Además, requiere la inversión de un bien escaso en la vida moderna: tiempo. Por ello, son pocos quienes pueden darse el lujo de tener mascotas y aunque el corazón es grande, las circunstancias no siempre lo son.
La parte terrible (y no quiero pensar en ella, prefiero ser optimista) es cuando se cumple el máximo que lo puedes tener y simplemente no le encuentras hogar. Al dolor del desprendimiento de una criaturita que en muy poco tiempo pasa a ocupar parte de tu corazón, le sumas la preocupación por un incierto futuro. O bien, qué hacer, a quién confiárselo, cómo dilatar la despedida y si hay forma de seguir velando por él.
En lo personal, he oído que hallar una mascota en necesidad es una bendición. Y vaya que sí, lo es. Pero aún más cuando tienes algo que ofrecerle. Si no es el caso, son una explosión de dulces sentimientos, intensas emociones, temor y mucha, mucha desazón.
A ustedes, ¿también les ha pasado?