Quién lo diría ¿lluvia en enero? Poco probable pero cierto, la reciente lluvia dejó en nosotros algo más que ropa humedad y sandalias mojada: lo refrescó todo creando un momento maravilloso.
Lo habían anunciado, pero el día estaba hermoso. Recuerdo haber conversado con mi marido si la posibilidad de lluvia afectaría el hecho de que colgáramos la ropa en el patio, pero él con toda convicción me dijo "¿Cómo va a llover? ¡Si no estamos en el sur". Resuelta, gracias a su seguridad, tendí todo y salí con él a disfrutar del sol y ese rico aire viñamarino. Que en verdad lloviera era algo que el cielo y las nubes guardaban como secreto.
Nos encontrábamos en el anfiteatro de la Quinta Vergara, disfrutando del cierre de los conciertos de verano. El flautista Manuel Astudillo nos brindó hermosas notas que viajaban por cada espacio de aquel lugar; los aplausos resonaban en las columnas y las gradas vibraban. Luego del descanso, escucharíamos la sinfonía n° 6 de Ludwig van Beethoven; la que te transporta a una escena campestre, al barullo de un arroyo, a la alegría de las reuniones con amigos y a la tormenta, una inesperada tormenta.
Imagínate rodeada de gente en un lugar que parece una caja de bombones, donde cada curva trae de vuelta a ti el aire, el viento, el sonido. La música, llena de violines y sofisticadas cuerdas viaja hasta ti, envolviéndote por completo; tus brazos están descubiertos, tu pelo suelto es bamboleado suavemente. Poco a poco sientes pequeñas cosquillas que caen del cielo abierto. "Está garuando", comentas con sorpresa, pero los demás aún no lo notan. Las gotas aumentan y lo que pasa no es desconocido: está lloviendo. "Relámpagos. Tormenta" es interpretada y el agua cae, refrescando todo. Me siento intensa como la misma orquesta: soy parte de esa lluvia, de ese viento que lo sacude todo en pleno verano. Mi ropa se pega al cuerpo y levanto mis brazos para bañarme en lluvia, en gotas, en cielo, pero aún no es suficiente: quiero gritar, gritar de alegría y sonar como un trueno como que divide los problemas para dar paso a la luz.
Todos se levantan. La orquesta ha concluido con las bendiciones luego de la tormenta. Hace reverencias, el público aplaude con fuerza, salen a la lluvia, se toman fotos, se abrazan y gritan: ésta también es su lluvia de verano.
Odio la lluvia en invierno, pero una lluvia inesperada ha sido de lo mejor del verano.