Durante la adolescencia comenzamos a tener los primeros conflictos de convivencia con nuestros padres. Por mucho que los amemos, necesitamos nuestros espacios privados e independencia.
Es por lo anterior que cumplidos los 18, comenzamos a buscar alternativas económicas que nos ayuden a valernos por nosotros mismos y emigrar lo más pronto posible del nido que nos vio crecer. Sin embargo, durante esta búsqueda de independencia es cuando la vida junto a tus padres empieza a adquirir un sabor agrio.
"¡No hiciste tu cama!", "¿Por qué sales a esta hora?", "Éste es el almuerzo, te guste o no", son algunas de las frases que despiertan una profunda desesperación en ese hijo que es muy joven para trabajar en tiempo completo (y estudiar a la vez) y que es muy viejo para dar explicaciones o no decidir por su cuenta. Es tan lamentable la situación que las relaciones con los papás se dañan y ambos experimentan malos ratos.
¿Qué hacer? Es verdad, mientras "vivas bajo su techo" no es mucho lo que puedes gobernar. Aunque parezca difícil -pero no imposible- esfuérzate al máximo por juntar tu dinero. Si es necesario evita gastar en carretes y en comprarte cosas, y ahorra lo máximo que puedas.
Es verdad que suena cruel, pero no le cuentes a tu familia sobre el monto que ganas. Una amiga muy cercana cometió el error y la unieron a los ingresos de la casa, estancándola a vivir ahí. No se trata de ser tacaño con tus padres -debes ser "atento" con ellos y ayudarlos en la medida que puedas-, pero el dinero es la única alternativa que tienes para "escapar".
Finalmente debes demostrar madurez y -mientras sigas viviendo ahí- comentarles qué "reglas" del hogar no te gustan y proponerles algún trato. Tampoco se trata de que pelees todos los días y luego te marches de mala gana.
Lamentablemente "con plata baila el monito" pero ya somos muchos los que lo hemos logrado. Paciencia y ¡mucha suerte!