Si mi caso debiera decidirse en un juicio, lo más probable es que sería declarado culpable. Principalmente por mentir, omitir, engañar, defraudar. En el peor de los casos -como atenuante- por ser infiel y destrozar la vida de una persona que no lo merecía. Eso creo.
La conocí en 2003. Yo estaba terminando mi carrera universitaria y ella iniciaría la suya con mucho entusiasmo. Mientras realizábamos trabajos para estudiantes, yo escuché una conversación en que ella le daba su número telefónico a una amiga. Lo anoté y un día la llamé a su casa. Desde ese momento no dejamos de vernos. Como en cualquier relación, los primeros momentos fueron muy felices, todo era fantástico. Salíamos al cine, a comer, a bailar; viajamos a distintos lugares, conocimos mucha gente, amigos y otros no tanto. Todo lo normal.
También conocí a su familia, gente muy simpática con la cual pasé momentos muy gratos. Era todo perfecto.
Sin embargo mi actuar no era normal: tenía cambios en mis estados de ánimo, me frustraba fácilmente y con el pasar del tiempo me fui poniendo cada vez más violento. El insomnio me complicaba en lo cotidiano. Lo peor es que empecé a aislarme y dejé de aplicar una de mis principales herramientas: la socialización. No era feliz con nada.
En ese instante me empecé a cuestionar cosas. Sentía que la felicidad era un estado temporal en la vida de las personas y que la gente estaba destinada a sufrir durante gran parte de la misma.
Ya nada me satisfacía, ni siquiera mi trabajo, el deporte y lo que me entretenía, cayendo dentro del mismo saco mi pareja. Ella estaba fascinada conmigo, sin embargo, la rutina comenzó a alejarnos peligrosamente.
Casualmente empecé a experimentar una debilidad hacia las mujeres. Me sentía atraído por todas, sin importar si eran rubias, morenas, pelirrojas, altas, bajas, chilenas, extranjeras u otras. No discriminaba y me relacioné con varias. Fue el principio del fin.
Lo peor es que estas situaciones se fueron prolongando en el tiempo y las mentiras crecieron. Claro, hasta que fui sorprendido. El castillo de arena que había construido se desmoronó de una vez. El problema era que me engañaba a mí mismo; tenía una sensación horrible en mi cuerpo, sentía que quería acabar con mi vida. Eran casi 10 años de relación y la costumbre se confundía con el amor, la pasión, el exigirse día a día y tantas otras cosas que metafóricamente tienen que ver con los sentimientos. Terminamos.
Como suele pasar me refugié en cualquier cosa: el alcohol, la vida licenciosa y largas jornadas de carrete, con los que trataba de encubrir lo sucedido.
Pasaron los días y volvieron los síntomas que me invadían en ciertas etapas del año, pero principalmente el insomnio y la violencia. Me trencé a golpes en varios locales nocturnos, empujé a un colega que me hizo una broma por mi situación y trasladé ese sentimiento hacia mi ex – pareja. Quise golpearla varias veces, pero llegué hasta los gritos e insultos.
Fue ella misma quien en un acto de bondad que me envió al médico. Fui sólo y oculté el diagnóstico: trastorno bipolar tipo 1, una enfermedad mental grave, que se caracteriza por períodos de alteración del estado de ánimo, que puede ser maníaco, depresivo o mixto (entre manía y depresión). Según el médico, mi estado de ánimo “intenso” podría conducir a problemas con el funcionamiento diario, relaciones personales arruinadas e intentos de suicidio.
Con esto no justifico mi actuar como pareja, sí como persona. Quizás.
Mi ex pareja decidió perdonarme. Volvimos y empezamos una nueva vida, pero con ese secreto guardado.
Cuando cumplimos 11 años decidimos comprometernos y después casarnos, la felicidad nos desbordaba. Menos a mi familia. Decidimos seguir pese a los prejuicios. Mi comportamiento era inestable, hasta que un día decidí suicidarme con una sobredosis de pastillas. Desperté en una clínica psiquiátrica y ella me siguió apoyando.
Hoy estoy en tratamiento. Ya nada es igual y me alejé de todo. Me sentí responsable de lo que estaba pasando y terminé peleando con todo su entorno. Se cumplía el patrón establecido por el médico. La traté horrible y la aparté de mi lado. Le estaba mintiendo a ella y lo que es peor, a mí mismo.
Dejé mi trabajo, perdí mis bienes, mi casa, mi auto, mis muebles, electrodomésticos y a la mujer que amo, y hoy estoy aquí, tratando de empezar de nuevo…