Cuando tenía 14 años ya sabía de memoria cómo era ser la chica nueva en la escuela. Por aquel entonces no era muy buena expresándome, era tímida, tenía baja autoestima; en resumen, no se me daba muy bien relacionarme con otras personas; siempre prefería leer un libro antes que perder el tiempo intentando conversar. Pero un día llegó otra chica al curso, y era muy parecida a mí. Nos sentamos juntas y desde ahí nos volvimos inseparables. Yo podía leer tranquila, y ella escribía historias; teniendo yo el privilegio de ser su única lectora.
Ella tenía un amigo en otro curso, que siempre andaba con dos partners inseparables: uno era más tímido que yo, y apenas decía “hola”. El otro, en tanto, era sociable, alegre. Cada vez que llegaba junto a nosotras en el recreo, hacía del ambiente un lugar cálido y agradable. Me sentía a gusto con él, y como habrás imaginado, fue de quien me enamoré.
Yo siempre estaba escribiendo o leyendo algún libro, mientras ellos conversaban o jugaban en el “taca-taca” que había en el patio. Un día noté que estaba distinto, se apartó de los otros y fue a sentarse solo en una esquina del patio de cemento. Por primera vez, tomé la iniciativa de acercarme, y le pregunté qué era lo que le ocurría. Me contó los problemas que tenía en su casa, dado a que sus padres peleaban constantemente. Estaba llorando. Me impresionó, porque nunca había visto a un chico llorar o mostrar su lado vulnerable, así que lo abracé. Comencé a acariciar su cabello y le dije que todo estaría bien, que no estuviera triste, y que lo entendía, ya que mis papás estuvieron incluso al borde del divorcio.
A partir de ese momento, todo cambio. Siempre que llegaba me abrazaba al saludarme, y yo era feliz al entregarle mi cariño. Pasaron los días, y cada vez nos hicimos más cercanos. En aquel tiempo era un niño inocente y bueno, sincero y tierno, al que yo quería proteger. Era su única confidente, y me hacía inmensamente feliz el poder hacerlo sentir mejor.
Nos dimos nuestro primer beso en una plaza frente a una iglesia, echados en el pasto. Perdimos juntos la virginidad. Tuvimos 2 años maravillosos de relación, en que nos apoyamos mutuamente en el aspecto académico y también el emocional. Nos veíamos 6 de los 7 días de la semana. Me llevó a conocer a sus papás, y en mi familia todos le tomaron mucho cariño. Estábamos encerrados en nuestra pequeña burbuja de sueños y fantasías, y eso era más que suficiente para dar sentido a nuestra vida.
Pero la felicidad se acabó cuando en tercero medio quedé embarazada. Sabía que si le decía iba a arruinar toda su vida, sus papás no iban a aceptar que fuera padre tan joven y no quería hacerle daño, así que comencé a alejarme de él poco a poco. Un día me preguntó si quería terminar con él, y yo le mentí: le dije que ya no le quería.
Tuve un aborto espontáneo, me sentí aliviada porque sentía que ahora podría volver a sus brazos, pero en un mes él ya tenía nueva novia e incluso le fue infiel conmigo. Aún con eso, no fue capaz de dejarla.
Me alejé de él, y durante un año tomamos caminos distintos. Luego él volvió a buscarme. Aunque me costó perdonarlo, el amor fue más fuerte que el rencor, y en el verano de mis 18 años quedé embarazada por segunda vez. Primero me dijo que abortara y yo pensé en hacerle caso, pero la tristeza que provocó mi anterior embarazo me hizo tomar la decisión correcta: asumir lo que habíamos hecho y ser madre, con o sin él como padre. Se lo dije, y decidió quedarse. Cada mes fue más difícil para mí: él estaba en su primer año de U, y yo cada vez me sentía más insegura, porque sentía que en cualquier momento él preferiría estar con una chica más linda y delgada. ¡Y yo no podía dejar de comer!, cada vez salía menos de mi casa.
Decidí tener a mi hijo por cesárea. Él se quedó acompañándome en la clínica y me apoyó en todo, incluso me enseñó a cambiarle el pañal a un bebé. El amor que le daba él a nuestro hijo me hacía amarlo aún más, además del hecho de que mi hijo era - y aún es - una copia de él.
Postulé a la universidad para estudiar pedagogía, me gané la beca completa y comencé a estudiar cuando mi hijo tenía 4 meses. Pero nunca esperé que en un día de fiesta con mis compañeros, le sería infiel al amor de mi vida. Le dije todo y él respondió que no era quién para juzgarme, porque él también me había sido infiel antes. Eso yo lo sabía, y por eso me costaba tanto confiar en él.
Terminamos un tiempo y luego volvimos, pero nada fue lo mismo. Peleábamos por todo, más aún porque yo me llevaba pésimo con su familia. Así que un día, después de todo lo que habíamos pasado, le dije que mejor cada uno siguiera con su vida, porque quería que ambos fuéramos realmente felices. Así, lo dejé ir.
Recientemente él encontró una pareja, yo sigo soltera porque aún no me siento lista para otra relación. Además, mi hijo ocupa todo mi tiempo, y con el amor que él me entrega me basta y sobra para sentirme realizada. Le deseo que sea feliz, aunque yo no haya sido la indicada. Admito que aún me duele pensar en el pasado, extraño lo felices que éramos cuando más jóvenes, cuando aún éramos inocentes. Pero el destino es sabio, y si esto era lo que tenía que pasar, entonces lo acepto con los brazos abiertos. Ansío encontrar mi lugar, y formar una familia más grande en el futuro. Por ahora, mi hijo es el hombre de mi vida.