Durante mis recientes vacaciones, logré desconectar mi cabeza del permanente - y fascinante - influjo de las redes sociales, para así dedicar tiempo a mi familia. Compramos algunos juegos de mesa de los típicamente playeros (ludo, dominó, carioca, etc.) y disfrutamos de ellos al caer la tarde. Además, conseguí un buen libro, que devoré en poquísimos días. Por supuesto, dedicamos tardes completas al mar y piscinas. Fueron días de gran conexión entre todos.
Volviendo a Santiago, lo esperable era mantener la misma dinámica. Sin embargo, con nuestro retorno, volvieron también las distracciones: computadores encendidos, videos graciosos en YouTube, lo último de los v-loggers más populares, la TV (inefable) y obvio, las consolas.
El escenario es típico para cualquiera de nosotras, porque es lo que suele pasar. La rutina se compone, en gran parte, por nuestra hiperconexión. Es decir, obsesión por estar al tanto de todo cuanto ocurra en la TV, radio, Internet, etcétera. Todo ello, en desmedro de la unión familiar y el compartir todos juntos algunas aficiones. Esto me llevó a reflexionar sobre cuán valiosos son los - ahora tristemente desplazados - juegos de mesa. Una buena partida de ajedrez, un tablero de damas, un naipe español e incluso la Lota, no son sólo artículos de entretención, sino también verdaderas oportunidades para compartir tiempo de calidad con quienes más queremos. Para escucharnos, reír y conocernos mejor.
En una época en que la imaginación está relegada a un último plano - pues las computadoras y dispositivos casi “piensan” por nosotras - dejar espacio a juegos que potencian la capacidad de planear estrategias, divertirse, imaginar, soñar y compartir en familia nunca está de más. Por eso, las invito a incluir estos verdaderos “tesoros” populares en su rutina. ¡Tengan por seguro que no lo lamentarás!
Y bien, ¿por qué juego quieren comenzar?