La cultura gitana me parece encantadora. De hecho, suelo imitar su vestuario y joyería, especialmente durante el verano. Considero que su apariencia tiene algo monárquico, dinástico, como princesas encantadas o hadas de ensueño. Sin embargo, como en todo tipo de cultura, hay algunas cuyos hábitos son bastante cuestionables.
Tenía 19 años cuando transmitían “Romané” y las costumbres de este pueblo nómade me habían hechizado. Por lo mismo, no hice el quite a una gitana utilizando el clásico "modus operandi" sabido por cualquiera que haya sido objeto de este tipo de embustes. Si no lo conoces, a continuación te lo detallo:
1. Preguntar algo “casual” (esto es: dónde comprar leche para el niño que carga en brazos, dónde queda tal o cual calle, cómo llegar a X lugar, qué hora es, etc.)
2. Alabar tu buena voluntad y disposición. Es aquí cuando te dice que ha visto tu mirada y “eres especial”. Que no ha sido la casualidad la que les ha topado y que te dará un regalo para compensar la ayuda (aquí, comienza a preparar las zapatillas de clavo).
3. Darte un talismán como regalo. Si aún no has puesto tus pies en polvorosa, entonces la mujer - u hombre - en cuestión te pedirá tu mano (por supuesto, no en matrimonio) para ver qué te depara el destino. Depositará en ella una especie de semilla y hará unos movimientos con los dedos, emulando una varita mágica. Luego, te pedirá que le entregues uno de los objetos de valor que estés trayendo (anillos, pulseras, relojes o dinero) y te dirá que lo recojas en los días posteriores, pues ella trabajará con eso para crear tu amuleto.
4. Esfumarse. Si fuiste lo suficientemente incauta como para entregarle tus cosas y acudes a la cita fijada en busca de tu talismán, te darás cuenta de que fuiste vilmente embaucada.
Afortunadamente, en mi juvenil inocencia de esos años, ya había sido prevenida de estas artimañas por mi sabia viejita. Ella tenía una amiga que se vio despojada de su argolla matrimonial, precisamente con estas malas artes. No obstante, seguí el juego de la mujer - sólo para contemplar su magnífica vestimenta por unos instantes - y le regalé un perfume barato, fingiendo creer en sus palabras. Por supuesto, nunca volví.
Lo malo es que como el cuento está tan trillado, ahora adoptaron una nueva técnica. Caminando por Providencia, me detuvo una mujer vestida como gadjo (o sea, absolutamente normal). Dijo ser española - aunque su acento la delató y, tras preguntarme por el cerro San Cristóbal, siguió el mismo modus operandi. Por supuesto, esta vez no estaba dispuesta a regalar ninguna de mis cosas, así que me fui del lugar. Claramente se enfadó, pero por fortuna no me echó ninguna maldición gitana (como hacían antes).
Y tú, ¿has sido objeto de este tipo de estafa?